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Columna
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Mineros

Desde ayer, los rostros de los mineros de la Brigada de Salvamento de Hunosa están en todos los periódicos, pero tras ellos están los de todos sus compañeros, de hoy de ayer, de Asturias y de cualquier lugar de España

Julio Llamazares
La excavación de la galería horizontal para llegar hasta Julen, el niño de 2 años que cayó el pasado 13 de enero a un pozo en Totalán(Málaga).
La excavación de la galería horizontal para llegar hasta Julen, el niño de 2 años que cayó el pasado 13 de enero a un pozo en Totalán(Málaga). Daniel Pérez (EFE)

Escribía hace un mes en esta misma columna el epitafio de la minería española coincidiendo con el cierre de la última mina de carbón leonesa, una tierra, como las de Teruel y Asturias, para la que la minería era algo más que una fuente económica. Lamentaba en ese epitafio la indiferencia con la que la sociedad española asistía al final de un sector tan decisivo para el progreso del país en su último siglo y medio de historia, así como su insensibilidad hacia todos esos miles de personas que con el fin del carbón veían llegar también el de sus comarcas y el de su futuro mismo. Con el carbón se acababa no solo su modo de supervivencia sino también una forma de vida que los moldeó y formó.

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Un mes después de aquella columna, los mineros han vuelto a la actualidad española, pero no por su situación laboral y social. Un trágico accidente que desde hace unos cuantos días tiene pendiente a todo el país de su desenlace ha sacado de repente a los mineros del olvido al que este los había relegado para siempre y convertido en héroes involuntarios de un drama, el de un niño caído en un pozo y un pueblo entero que asiste con la respiración contenida a su búsqueda, para cuya solución han sido reclamados por las autoridades. Trasladados en un avión del Ejército desde su Asturias de origen hasta los montes de Málaga, a mil kilómetros de distancia, los ocho mineros de la Brigada de Salvamento de Hunosa, hoy ya casi inoperante por el cierre de las minas españolas, han visto cómo se convertían de la noche a la mañana en héroes, incluso antes de entrar en acción. La sociedad y los medios de comunicación los necesitan ahora después de abandonarlos a su suerte sin preocuparse por cuál sería esta. Es la sociedad espectacular de la que habló el francés Guy Debord la que condiciona la realidad y no al revés, que sería lo lógico.

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Ignoro si los mineros lograrán su objetivo de rescatar al niño caído en el pozo (mientras escribo este artículo pican en la oscuridad), pero su auténtica heroicidad ya la han conseguido, que es la de rescatar del olvido a todo un sector que después de contribuir al progreso económico de un país ha visto cómo la historia lo arrinconaba sin miramientos en el baúl de los trastos viejos sin reparar en las consecuencias que para miles de personas esa postergación suponía. Como los componentes de la Brigada de Salvamento Minero de Hunosa saben por propia experiencia (la mayoría son descendientes de mineros, algunos muertos en accidente en la mina), la heroicidad no consiste tanto en hacer cosas extraordinarias como en bajar cada día a la mina a picar carbón, como en cualquier otra profesión sucede. Es la sociedad la que necesita héroes y los fabrica para que el espectáculo continúe.

Desde ayer, los rostros de los mineros de la Brigada de Salvamento de Hunosa están en todos los periódicos, pero tras ellos están los de todos sus compañeros, de hoy, de ayer, de Asturias y de cualquier lugar de España, los verdaderos protagonistas de una heroicidad que trasciende a la de esos ocho que, mientras yo escribo este artículo, pican bajo la tierra en busca de un niño al que sin conocer de nada consideran uno de los suyos. El viejo lema de los mineros de no dejar a un compañero tirado jamás no se ha cumplido con ellos, pero eso no ha sido obstáculo para que ellos sigan cumpliéndolo, dándonos una lección a todos, más que de heroicidad, de normalidad. Esa que tanto escasea en la sociedad de hoy.

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