Un guepardo, un Rolls Royce y una noche en la Alhambra: la fabulosa vida de Elio Berhanyer
El modisto que reinó en la España de los sesenta fallece a los 89 años dejando una vida tan asombrosa como novelesca
De Elio Berhanyer, el modisto cordobés que ha fallecido hoy a los 89 años, se contaban todo tipo de historias extraordinarias. O, mejor dicho, él mismo las contaba y repetía, casi siempre con palabras similares y coincidentes, cada vez que explotaba su talento para contar historias, casi tan notable como el que tenía para la costura. Quizás se debiera a que había aprendido a leer y escribir tardíamente, en la adolescencia, por lo que su primer contacto con la cultura había sido intuitivo, basado en la memoria y en la tradición oral.
Contaba cómo, al visitar por primera vez la Alhambra siendo apenas un chaval, se había quedado tan deslumbrado que no se dio cuenta de que los turistas estaban yéndose y permaneció allí encerrado toda la noche
Su infancia, en la Córdoba y la Granada de la posguerra, fue una sucesión de mudanzas por casas de parientes tras el fusilamiento en la Guerra Civil de su padre, un campesino libertario y humanista que había puesto a su hijo un nombre inspirado en la antigüedad clásica.
De aquellos años guardaba las coplas que escuchaba en los quioscos, y también su primer idilio con la historia andalusí. Contaba cómo, al visitar por primera vez la Alhambra siendo apenas un chaval, se había quedado tan deslumbrado que no se dio cuenta de que los turistas estaban yéndose y permaneció allí encerrado durante toda la noche. Muchas décadas después, recuperaría aquella experiencia iniciática en una colección de joyería, Las joyas de la Alhambra, que creó a partir de sus recuerdos y de su conocimiento de la historia nazarí. Aunque de aquella época, como solía recordar, apenas quedaban algunas joyas destinadas a adornar los caballos.
Algo de ese interés por la historia antigua había en el aspecto que adoptó durante sus últimos años: siempre vestido de blanco o negro, con prendas largas y ligeras, caftanes, túnias y, con frecuencia, un solideo (o una kipá) que aseguraba llevar en homenaje a las tres religiones monoteístas que convivían en la España medieval. El arte y la historia le apasionaban, aunque en ocasiones sus afirmaciones fueran sospechosamente grandilocuentes. Afirmaba, por ejemplo, que el primer libro que leyó fue En busca del tiempo perdido de Proust (los siete tomos), y que se aproximó a la música clásica con La pasión según San Mateo.
Estas no parecían afirmaciones muy realistas, pero lo fabuloso era una parte inseparable de su vida, de su personaje e incluso de su nombre. Su apellido, Berhanyer, era una variación del original, Berenguer, que, según contaba, había ideado en su niñez en un gesto de rebeldía hacia su familia paterna. Su personaje era su gran creación, llegando a dominar sobre el resto de facetas de su vida, incluida la familiar. Aunque estaba casado desde los años sesenta con una acaudalada dama colombiana con quien había tenido varios hijos, solía afirmar que estaba casado con la moda. Su vida privada fue precisamente eso, privada. Fuera cual fuera la realidad, lo cierto es que la expresión “hombre hecho a sí mismo” se le quedaba pequeña.
Aseguraba que, cuando le preguntaban si sabía hacer algo, nunca respondía que no, aunque tuviera que mentir. Fue así como se compró su primer Rolls Royce (“como el de Franco”, solía señalar) aunque no tuviera carnet de conducir. Con él solía pasear por los alrededores de Madrid en los años más dorados de su trayectoria, aquellos sesenta en cuya alta costura reinó sin apenas competencia.
Era una época en que la alta costura era la niña bonita del régimen franquista, que confiaba en ella para transmitir una imagen de modernidad hacia el exterior. El tratamiento fiscal de los modistos era muy benévolo, y el dinero y la influencia venían de la mano. Berhanyer llegó a vivir en una casa vanguardista que él mismo había diseñado (aunque tampoco era arquitecto) en Ciudad Lineal.
Se compró su primer Rolls Royce (“como el de Franco”, solía señalar) aunque no tuviera carnet de conducir. Con él solía pasear por los alrededores de Madrid en los años más dorados de su trayectoria, aquellos sesenta en cuya alta costura reinó sin apenas competencia
En el garaje, junto al Rolls Royce, había una enorme pintura de José Caballero que conservó hasta su fallecimiento, y que aparece, ya en su última residencia madrileña, en el retrato que Claudio Álvarez le hizo para EL PAÍS en 2016. En el jardín convivía toda un arca de Noé que llegó a incluir especies exóticas que hoy serían impensables: su posesión más excéntrica era un guepardo al que sacaba a pasear en coche.
Con los años, la casa desaparecería tras un incendio, la alta costura decayó y el mito de Elio, que había mostrado sus diseños en las embajadas de todo el mundo y que se había codeado con la primerísima división de la jet set nacional e internacional de la época.
En muchos sentidos, su trayectoria desde los ochenta fue un largo epílogo. Sin embargo, la imagen de un dandi andaluz conduciendo un Rolls por la periferia madrileña con un espléndido guepardo como copiloto resume como pocas el relato vital de un personaje tan extraordinario como las historias que se contaban acerca de él.
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