_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Hoy es ayer

Cuando todo ha sucedido, hago lo único que se puede hacer. Arrío las velas. Aguanto

Leila Guerriero
Atravesaba andurriales diciéndome a mí misma: “Esto es la aventura, a esto viniste: no tengas miedo”.
Atravesaba andurriales diciéndome a mí misma: “Esto es la aventura, a esto viniste: no tengas miedo”.Getty Images

El tiempo es un asesino. Hay días que transcurren en el pasado. Por ejemplo, lunes 21 de enero, 2019, el cielo tenso como un paño azul. Ayer vi un parque sumergido en un velo verde de luz esmeraldina en la que hubieran podido nadar peces. Me reí a carcajadas, comí guisos extraños, bebí. Sin embargo, hoy es un domingo de invierno de 1986. Yo había llegado hacía poco a Buenos Aires, que no era una ciudad sino un milagro peligroso, burbujeante de electricidad como un campo de promesas desiguales. Vivía sola y en las noches de verano me gustaba dormirme en el piso, la ventana abierta, mirando películas malas que pasaban en el canal 13 después de medianoche. No tenía lavarropas, mi heladera funcionaba mal, nunca me cansaba de andar por la calle, de ver cine. Atravesaba andurriales con las manos dentro de los bolsillos de mi chaqueta negra de cuero, mi disfraz de Batman que no servía para defenderme, diciéndome a mí misma: “Esto es la aventura, a esto viniste: no tengas miedo”. Hablaba con los borrachos y con los mendigos. Iba a tugurios húmedos como una garganta donde travestis de piel muy blanca declamaban poesía cual demonios blasfemos. Pero a veces, no pocas, los días eran un lento viaje hacia la noche, una hora tras otra, todas llenas de vacío. Sobrevivía agónica, rodeada de un silencio hinchado, cancerígeno, sin afecto ni paz. Veía desde mi balcón los departamentos de los edificios de enfrente, las lámparas encendidas, las familias conversando en torno a la mesa de la cena, mientras yo hervía arroz o abría una lata de sardinas. En esos días todo transcurría dentro de mí, en una noche cenicienta y sin consuelo. Todo estaba por suceder y nada parecía posible. Hoy, cuando todo ha sucedido, hago, como entonces, lo único que se puede hacer. Arrío las velas. Aguanto.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Leila Guerriero
Periodista argentina, su trabajo se publica en diversos medios de América Latina y Europa. Es autora de los libros: 'Los suicidas del fin del mundo', 'Frutos extraños', 'Una historia sencilla', 'Opus Gelber', 'Teoría de la gravedad' y 'La otra guerra', entre otros. Colabora en la Cadena SER. En EL PAÍS escribe columnas, crónicas y perfiles.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_