Ceausescu en Valladolid
La concentración de poder en las capitales autonómicas es obscena
Me despierto oyendo la radio. El hombre que habla tiene las ideas claras: “Mucha gente en esta comunidad tiene la idea de que eres más emigrante si te tienes que ir de Zamora a Valladolid que si te tienes que ir a Barcelona o a Madrid. Y yo creo que hay que romper con eso. Valladolid es un polo industrial que tiene mucho potencial, por el que se debería apostar por su ubicación, por su desarrollo industrial, que ya tiene, y con eso yo creo que sujetaríamos mucha más población en Castilla y León que si nos dedicamos a dispersar esfuerzos que luego no tienen ninguna rentabilidad. Yo creo que los recursos públicos son muy escasos, cada vez más, y yo creo que o se emplean bien o no dan resultados, y la forma de emplearlos bien en mi opinión sería apostar por una ciudad como Valladolid, por la ubicación que tiene y por el desarrollo que ya tiene…” Asombrado, sigo escuchando. No sé quién es el que habla. Imagino que un tecnócrata o un economista liberal, de esos para los que todo se reduce a números: “El modelo a seguir es el de Aragón, que ha entendido que hay que apostar por Zaragoza, concentrar todos los esfuerzos en una ciudad”. Ovación cerrada del público. El entrevistador le dice al que habla que cómo se nota que es el alcalde de Valladolid.
Despierto ya del todo, sigo la conversación de ambos, que deriva hacia otros temas relacionados con la ciudad desde la que esa mañana (la de ayer) se emite el programa para toda España. Mientras me ducho, evoco la imagen del alcalde vallisoletano, socialista y amigo del presidente del Gobierno y compañero de partido de la comisionada para el Reto Demográfico nombrada por este para intentar resolver el peliagudo problema de la despoblación de la España interior. ¿Qué pensará ella de las palabras de su compañero de partido? Recuerdo también las declaraciones del alcalde anterior de Valladolid, un ginecólogo que llegó al cargo por su amistad con Ana Botella y que se hizo famoso, entre otras cuestiones, por realizar continuas declaraciones reclamando para Valladolid toda la actividad política, económica y hasta aeronáutica de Castilla y León, una comunidad —recordemos— mayor que muchos países de Europa, integrada por nueve provincias y la más afectada de España por la despoblación. Sin saberlo, tanto el alcalde actual de Valladolid como el anterior coinciden en su pensamiento con Nicolae Ceausescu, el presidente de Rumania que pretendió resolver los problemas estructurales de su país concentrando a toda la población en 20 o 30 ciudades. Por fortuna, lo derrocaron antes de que pudiera hacerlo.
Lo grave de todo esto, no obstante, no es lo que digan los alcaldes de Valladolid (o de Zaragoza, o de tantas capitales españolas, tanto autonómicas como provinciales, que piensan lo mismo), sino que lo que ellos expresan es lo que vienen haciendo en silencio muchos Gobiernos autónomos, aunque públicamente sostengan lo contrario. La concentración de poder en Valladolid, como en Zaragoza o en Sevilla, ha sido y sigue siendo tan obscena que el centralismo de Madrid en el ámbito nacional es una broma, como los datos se empeñan en confirmar desde hace ya mucho. Tanto económicamente como en población, desde que se creó la autonomía la única provincia de Castilla y León que crece es Valladolid, responsable no solo de la despoblación del resto, sino de la propia provincia vallisoletana, que ve cómo sus vecinos emigran a la capital. Que sigan pensando así pero que luego no mientan a los electores diciendo que el de la despoblación es un problema que les preocupa mucho.
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