Josep Piqué: “Hay un desgarro en la sociedad catalana que para muchos de nosotros es difícilmente asumible”
Es un verso suelto en la política española: tres veces ministro en la era Aznar, hoy prefiere ejercer desde la empresa y la sociedad civil, hablar de geopolítica y arrojar reflexiones agudas (y a veces incómodas) sobre el mundo que nos espera
Cuenta Josep Piqué (Barcelona, 1955) que el gusanillo de la geopolítica le picó en su infancia, cuando hojeaba la sección internacional de La Vanguardia, el diario al que, “como en tantos hogares catalanes”, su familia estaba suscrito. “Recuerdo seguir, con 13 años, los sucesos de mayo del 68 y de la invasión de Checoslovaquia”, explica ahora que ha publicado un libro sobre la tectónica del nuevo orden global (El mundo que nos viene, en la editorial Deusto) y que defiende la importancia de entender la historia para hacer política de forma honesta.
“Yo viví una época en que en la política catalana empezaba a predominar el tacticismo sobre la visión estratégica y de la historia”, afirma el que fue presidente del Partido Popular de Cataluña entre 2003 y 2007. “Si la gente hubiera estudiado la proclamación del Estado Catalán durante la Segunda República, o la Guerra Civil y la dictadura de Franco, hoy no se dirían muchas de las cosas que se dicen sobre la situación catalana. A veces parece que partimos de cero. Y esa tentación adanista nos ha llevado a frivolizar y a un desgarro en la sociedad catalana que para muchos de nosotros es difícilmente asumible”.
Empresario, escritor y exministro –de Industria y Energía (1996-2000), Asuntos Exteriores (2000-2002) y Ciencia y Tecnología (2002-2003), siempre en gobiernos de José María Aznar–, asegura que no tiene intención de volver a la actividad política –“le he dedicado suficientes años como para añorarla”– y que “la mejor oportunidad profesional” de su carrera fue encargarse de la política exterior de España en una época clave: estaba en su despacho cuando cayeron las Torres Gemelas y todo cambió de repente. De aquello, y de lo que sucedió después, hablamos con él tras un encuentro organizado por la consultora Thinking Heads.
"Yo creo que la pérdida de hegemonía de Occidente viene asociada a la falta de convicción respecto a su papel en el mundo"
Sostiene que se avecina un mundo postoccidental con valores occidentales. ¿En qué consiste? La verdad es que eso es más una ilusión que una convicción profunda. El auge de China, Rusia, India y las grandes potencias no occidentales ilustra una paradoja: que la victoria de Occidente en la Guerra Fría abrió paso a un mundo postoccidental que se ha desarrollado de manera mucho más vertiginosa de lo que hubiéramos podido imaginar. Y los valores occidentales, que garantizan la libertad y la dignidad de las personas consideradas individualmente, no se dan por sentados en todo el mundo. Es cierto que ningún político responsable se muestra contrario a la democracia. Otra cosa es que lo lleven a la práctica. Un sistema democrático no significa solo votar de vez en cuando, sino respeto a las minorías, estado de derecho y cumplimiento de la ley. Los rusos o los turcos votan, pero es muy difícil calificar sus regímenes de democráticos tal y como los entendemos en Occidente.
En su libro pronostica que dentro de diez años no habrá ningún país europeo en el G-7. Yo creo que la pérdida de hegemonía de Occidente viene asociada a la falta de convicción respecto a su papel en el mundo. También al vínculo atlántico que se está debilitando, porque su base, que era el mundo anglosajón, se está retrayendo y ensimismando.
¿Confía en el fin de ese repliegue anglosajón? Llevamos ya dos años de gobierno de Trump y el apocalipsis no ha llegado, aunque parece cerca. Pero ha tenido efectos muy negativos. De forma sarcástica, he oído decir que Estados Unidos puede resistir cuatro años de Trump, pero es mucho más difícil que resista ocho. Veremos. Afortunadamente, los presidentes estadounidense no pueden tener más de dos mandatos. Y la historia da muchas vueltas. Lo mismo puede suceder con el Brexit, que ha sido una tragedia. Probablemente ahora muchos británicos se lo pensarían dos veces antes de volver a votar a favor.
¿Qué papel desempeña China en todo esto? China ha sido el país más importante del mundo durante milenios, y solo ha dejado de serlo durante los últimos 150 años. Ahora está desplegando un soft power muy ambicioso. Sucede, por ejemplo, cuando China desarrolla la nueva ruta de la seda o cuando compañías y ciudadanos chinos compran empresas e incluso equipos de fútbol occidentales.
¿Prevé entonces una nueva Guerra Fría? Ahora se plantea de manera distinta. A diferencia de la URSS, China no intenta exportar su ideología, pero tampoco renuncia a ningún otro ámbito de confrontación, y su política exterior está cambiando. Estamos acostumbrados a ver buques de guerra americanos en cualquier lugar, pero tendremos que acostumbrarnos a ver buques chinos.
¿Nos acostumbraremos también a discursos políticos que parecían impensables hace unos años? Una crisis profunda genera perdedores y ganadores, y en los que se perciben como perdedores está la base de nuevos fenómenos políticos que hemos dado en llamar populismos. Creo que lo inteligente es interpretar esos fenómenos para darles respuestas adecuadas. La peor actitud sería negarnos a ver la realidad y decir que todo eso es efímero y que los mayores siempre llevamos la razón, porque no es verdad. Decía Keynes: “Yo, cuando cambian las circunstancias, cambio también mis opiniones, ¿usted no?”.
¿Cómo valora la entrada de Vox en el parlamento andaluz y su coalición con el PP? La salida más probable en Andalucía es una coalición entre PP y C’s con un apoyo de investidura que incluya algunos elementos programáticos por parte de Vox. Estos acuerdos no pueden ir más allá de la Constitución y de principios como la defensa del Estado Autonómico o la apuesta por Europa como proyecto político de integración. De ahí que me inquieten los compañeros de viaje de Vox en Europa. Desde Le Pen a Salvini, todos ellos son eurófobos.
"Los que hemos tenido responsabilidades públicas tenemos que aportar nuestra experiencia. Para mí es una obligación moral"
Su perfil es atípico, quizás porque ha trabajado en el sector privado, notablemente como presidente de Vueling (2007–2013) y consejero delegado de OHL desde 2013. ¿Se siente una excepción? Sí hay diferencias si nos comparamos con los políticos de la actual generación que, en su inmensa mayoría, se han dedicado exclusivamente a la política, lo que comporta más pérdidas que beneficios. También creo que los que hemos tenido responsabilidades públicas tenemos que aportar nuestra experiencia. Para mí es una obligación moral. Tengo una determinada opinión sobre un tema y creo que debo expresarla.
¿Y qué reflexión le plantearía a Pablo Casado? Una cosa es hacer reflexiones y otra dar consejos. Yo no quiero caer en esa petulancia, pero creo que sí hay una reflexión que hacer: comprendo perfectamente que en política democrática es casi inevitable pensar que lo prioritario son las próximas elecciones. Pero hay que demandarles a nuestros políticos que piensen mucho más en el medio y en el largo plazo, en términos estratégicos y no solo tácticos. Y que se acuerden de que lo que hacemos hoy no solo va a impactar sobre nosotros, sino sobre las próximas generaciones. Esta reflexión, que no es un consejo, vale para Pablo Casado y para cualquier otro de los políticos de hoy.
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