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Columna
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El cojín

Lo llaman reconquista pero suena más a regresión

David Trueba
Santiago Abascal y Francisco Serrano, tras las elecciones andaluzas.
Santiago Abascal y Francisco Serrano, tras las elecciones andaluzas. REUTERS

Cuenta la leyenda que una tarde en que Mahoma regresaba a su casa, se disgustó por la cortina que una de sus esposas, Aixa, había colgado de la puerta de entrada. Bordada con figuras de animales y precioso colorido, le pareció que sus imágenes desbordaban la austeridad del hogar. Así que arrancó la cortina. Al día siguiente, Aixa fabricó con ella un cojín y ya no hubo problema doméstico. El cojín no cobraba tanta presencia en el hogar. Esta anécdota, que forma parte del recorrido que hace Mark Cousins por una posible historia del arte de la mirada en su último libro, resulta aleccionadora sobre los pactos de retórica visual en la edad del dogma. Pero es difícil no apreciar una enorme similitud con lo que está sucediendo entre Vox y el Partido Popular a cuenta de la ley contra la violencia de género. Para el partido de reciente irrupción a la derecha de la derecha, es fundamental reordenar el país región a región. Lo llaman reconquista pero suena más a regresión. Y una de las idea fuerza que manejan es la de retirar las ayudas a los desfavorecidos para devolver los privilegios a quienes, según ellos, los merecen de verdad. Es una variante moderna del nacionalismo que remite a ese juego de naipes en el que quien reparte se lleva la mejor parte.

Recuerden que cuando surgió un partido a la izquierda de la izquierda muchos entraron en modo alarma. La irrupción de Podemos perturbaba un orden aritmético de décadas en el recuento electoral de izquierdas. Pero los tintes antisistema quedaban difuminados por el dato de que muchos de los dirigentes de este nuevo partido eran profesores, funcionarios, técnicos de la Administración, lo que de alguna manera limitaba las tentaciones de autodestrucción. Uno nunca ataca la nómina propia, esto es algo que viene de muy atrás. El líder de Vox en Andalucía era juez y, como la mayoría de las principales figuras del partido, proviene de sectores favorecidos. Es sorprendente pues que los electores los perciban como látigo de los privilegiados, pues han ejercido de ello sin traumas. Las multas por los caprichos judiciales del cabeza de lista por Sevilla las hemos pagado con los impuestos estatales. Ahora simplemente se trata de extender esos caprichos a los trabajos de legislatura.

De ahí que las ayudas a mujeres maltratadas sean una prioridad en el ejercicio de voladura controlada del sistema de protección de desfavorecidos. Y aquí entra el PP, que ha visto a Vox arrancar la cortina luminosa de las políticas de género y ha decidido hacer con ella un cojín. Un cojín para que apoye la cabeza con calma el sector más racional del mundo conservador y también el socio necesario de Ciudadanos. Es un cojín de palabrería y mentiras aceptadas. A mucha gente no le gusta que haya leyes que perciban la violencia contra las mujeres de manera particular. Pero les bastaría un contacto epidérmico con la realidad para entender que la mujer padece una carga de violencia social e íntima de una magnitud difícil de soportar. La mujer lucha por dejar de ser el trofeo que engorda el ego masculino y en ello se podrán cometer errores y excesos, pero lo que está claro es que la protección y la igualdad son una prioridad política. Todo lo demás es cuento para seducir a quienes hacen del resentimiento personal y el rencor íntimo un consejero electoral. Es una pena que el cojín asfixie todo lo ganado hasta ahora. Pero la aritmética electoral se desayuna los principios cada mañana.

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