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Columna
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Palos de ciego

Si Vox fuera un actor racional trataría de no llamar demasiado la atención por ahora

Fernando Vallespín
Santiago Abascal, presidente de Vox, durante un mitin en el Palacio de Vistalegre.
Santiago Abascal, presidente de Vox, durante un mitin en el Palacio de Vistalegre.KIKE PARA

Cada vez resulta más difícil evaluar la vida política a partir de un modelo de agencia racional. En momentos en los que la emoción puede sobre todo lo demás, tratar de argumentar sobre las actitudes de unos u otros actores políticos se convierte en un ejercicio casi ciego. Más aún, si aquello que se trata de comentar tiene que ver con un partido populista que reúne las peculiaridades de Vox.

Lo confieso, me ha sorprendido su actitud de pretender afirmarse en Andalucía exigiendo negociar la anulación de las medidas contra la violencia de género para facilitar el gobierno de la derecha. Yo pensaba que no creían en el Estado de las Autonomías y que, por tanto, su presencia en los parlamentos autonómicos era impedir que en ellos gobernara la izquierda, y que los partidos que se presentan como de “centro-derecha” se vieran obligados a ir asumiendo poco a poco algunas de sus posiciones —las relativas a la inmigración, por ejemplo—. Creía que el objetivo de su lucha final eran más bien las europeas y, sobre todo, las nacionales. La negociación verdadera vendría cuando fueran necesarios sus votos en el Congreso para formar un eventual Gobierno de derechas en el Estado.

Tampoco podía imaginar que la condición que pusieran fuese una de sus reivindicaciones más impresentables, el torpedear las medidas en defensa de la mujer. Pero quizá sea eso mismo lo que buscan, mostrarse como machitos despechados, por un lado, y como machotes que no se van a dejar controlar por Ciudadanos y PP, por otro. Política masculina por partida doble.

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Lo que no están teniendo en cuenta, sin embargo, es que este tipo de actitudes puede provocar una reacción del voto de izquierda, que ahora parece dormido, pero que podría rebrotar con fuerza. Pero, sobre todo, y precisamente por esto, que la derecha establecida se vea obligada a adoptar medidas de prevención de daños, y el PP en particular deje de mostrarse tan “comprensivo” con su díscolo pariente radicalizado. La extrema derecha siempre ha tenido claro desde la Transición que prefiere que no gobierne la izquierda a la realización de sus propios fines últimos. Si las actitudes de Vox pueden poner en peligro una victoria de la derecha, gran parte de esos votos provenientes del PP podrían volver a la casa madre.

Si Vox fuera un actor racional trataría de no llamar demasiado la atención por ahora, salvo en la política expresiva y emocional de las redes. El problema es, sin embargo, el condicional: si fuera un actor racional. Esto es, como decíamos al principio, lo que ahora ya no podemos dar por supuesto. Ni por parte del partido ni, sobre todo, respecto de sus votantes.

El populismo, como ya sabemos, no atiende a razones. Sus motivaciones se arraigan más bien en el cerebro reptiliano, en impulsos primarios que ignoran todo lo que tenga que ver con la ética de la responsabilidad. Bajo estas condiciones, los analistas políticos no paramos de dar palos de ciego. ¡Literalmente!

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Fernando Vallespín
Es Catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid y miembro de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas.

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