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Columna
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Blanquear Asturias

Los hijos o nietos de los hombres y mujeres de 1962 deben olvidar el carbón y la leche para siempre y aprender a programar y a ser los mejores en comprensión lectora

Jorge M. Reverte
Central térmica de Soto de Ribera (Asturias).
Central térmica de Soto de Ribera (Asturias). PACO PAREDES

Con unos cien millones de euros se intenta blanquear, una vez más, Asturias.

No es poco. Por cada minero a jubilar, por cada pozo de carbón que reconvertir en tierra verde y, quizá, fértil, se va a meter un dineral. Reconvertir, una vez más, Asturias, significa muchas cosas. La primera de todas, “tapar” la historia de esos mineros, y sus familias, que se la jugaron en los años sesenta (cárcel, despidos, torturas, hambre en casa, miedo…) exigiendo libertad y democracia. Los hombres y las mujeres.

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Por entonces ya el carbón dejaba de ser rentable. Sobre todo, el carbón español, que era de muy baja calidad. Y el régimen siguió usándolo porque los mineros asturianos y sus mujeres daban miedo. Los Rato y algunas otras familias sacaron de eso algunas rentabilidades, como lo hizo el canalla de José Ángel Fernández Villa.

Desde que los españoles consiguieron la democracia en 1978, Asturias se llenó de jubilados prematuros, algunos con los pulmones hechos cisco, llenando los chigres de fanfarrones y los ambulatorios de toses. Algunos líderes de los obreros de los años sesenta, como José Antonio Casal, Piti, se atrevieron desde el principio a decir que Asturias había que pensarla sin carbón.

Y algo se ha hecho, aunque no luzca en exceso, porque la leche y la mantequilla también van a menos, y el turismo nunca será una gran industria allí, por más que Bill Clinton y Woody Allen vayan a cenar a La Mar del Medio, en Oviedo.

Quizá nos valga el ejemplo de Irlanda, donde el dinero europeo se invirtió en lo que ahora se llama capital humano. Asturias está siempre en los primeros puestos en España cuando se mide la capacidad de sus jóvenes, como Castilla y León, donde también saben de carbón y reconversiones.

Una parte de esos cien millones de euros tiene que servir para que los jóvenes hijos o nietos de aquellos hombres y mujeres de 1962 olviden el carbón y la leche para siempre y aprendan a programar y a ser los mejores en comprensión lectora.

Los chigres pueden llenarse igual que antes, pero ahora de chicos y chicas que sigan brindando en español pero que si les da la gana se expresen con fluidez en alemán, en chino o en inglés.

Los hombres y mujeres de 1962 habrán ganado la batalla cuando deje de gastarse un solo euro más en sacar carbón.

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