Codazos
Es hora de que los hombres tomemos la iniciativa para acabar con esta violencia. Porque tomamos cañas con los asesinos
Laura Luelmo está, para su desgracia, en las estadísticas. Es una más de las mujeres asesinadas porque algún hombre tenía un problema psíquico que le hacía pensar que poseía algún derecho sobre Laura, o de carácter sexual o relacionado con el poder que uno de los dos grandes grupos en que se divide la sociedad, el de los machos y el de las hembras, ha tenido tradicionalmente sobre el otro.
No creo que sea significativo el número de hombres que son atacados en parajes solitarios cuando se van a correr. Puede ser que esa estadística esté sin hacer. Y seguramente eso es razonable. O sea, que podemos decir con la tranquilidad de equivocarnos muy poco, que casi un cien por cien de los casos de ese tipo tienen a mujeres como víctimas y a hombres como victimarios.
El caso de Laura es tan claro que nos deja a casi todos con una sensación de injusticia que tiene todas las certezas cumplidas.
Pero es solo una apariencia. El presunto asesino viene de una familia dedicada a la venta ambulante y se llama Montoya de primer apellido. ¿Por qué la biempensante sociedad española no le ha dedicado todavía su tiempo a esos aspectos tan destacados de la personalidad de Bernardo Montoya? La cualidad de gitano del presunto asesino de Laura no deja lugar a dudas. ¿No hay nada que decir al respecto?
Pues si no, lancemos un grito de esperanza, porque eso querrá decir que Laura ha muerto por ser mujer, y nada más. Ni nada menos. Alguien perfectamente integrado, tan español como, por ejemplo, el asesino de Diana Quer, ha matado por ser mujer a Laura Luelmo.
El grito de esperanza se nos muere, por supuesto, a mitad de la garganta: si miramos las estadísticas, una abrumadora mayoría de los asesinos de mujeres son españoles, blancos, y con empleo. Maldición, no podemos echarle la culpa a nadie que sea distinto. A Laura, a Diana y a tantas otras las ha matado gente como nosotros.
Algo hay que hacer, supongo que sobre todo en la educación. Pero también en los bares, donde los viriles codazos cómplices con los chistes sobre mujeres deberían ser sustituidos por codazos igual de viriles en la boca de los emisores de las gracietas.
Es hora de que los hombres tomemos la iniciativa para acabar con esta violencia. Porque tomamos cañas con los asesinos.
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