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Columna
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¡A correr!

Hay generaciones y generaciones de mujeres que hemos tomado, con el biberón, el miedo y la cautela hasta interiorizarlos. Pero hemos criado a las siguientes para que se sientan iguales y libres

Pepa Bueno
Decenas de personas se concentran en Nerva en repulsa por la muerte de Laura Luelmo.
Decenas de personas se concentran en Nerva en repulsa por la muerte de Laura Luelmo. ALEJANDROP RUESGA (EL PAÍS)

Hay días en los que las palabras nos salen a borbotones. Y otros, en los que nos pesa una fatiga muy antigua y tenemos que hacer un ejercicio de voluntad para volver a decir lo que la piel, el cerebro, el sentido común y la experiencia llevan siglos diciéndonos pero que, solo en determinadas circunstancias históricas, se convierte en un grito multitudinario. Como ahora. No somos solo un cuerpo disponible. No, las mujeres no somos solo eso, por más que hoy nos usen para vender un coche, mañana para curar traumas, pasado mañana para ganar una apuesta sexual entre amigotes, casi siempre para sostener la frágil arquitectura emocional de la vida y siempre para que la rueda gire, porque qué sería del mundo si hubiera que pagar con dinero el trabajo gratis que hacen las mujeres.

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No, nosotras no somos solo un cuerpo disponible. Pero es que ellos no son solo un pene incontrolado. La mayoría estamos rodeadas de hombres con los que nos tratamos de igual a igual, hombres que domestican el machismo aprendido para convivir con sus amigas, sus novias, sus compañeras… mujeres que marcan claramente el perímetro de su vida al margen de cómo ellos las vean. Y nos necesitamos todos para desmontar pieza a pieza este Lego de siglos que afecta a la educación, a la economía, a la cultura y a la manera en que podemos convertir el amor o el deseo en un salvavidas o en una trampa.

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Necesitamos a estos hombres para convencer a esos otros hombres que incluso ayer, con el cuerpo semidesnudo de Laura Luelmo recién encontrado, nos insultaban en las redes sociales. No basta con que nos muestren su solidaridad, hay que exigirles que se conviertan en voceros y pedagogos de la masculinidad que ellos representan. Que lo hablen, lo discutan, lo analicen, entre ellos.

Hay generaciones y generaciones de mujeres que hemos tomado, con el biberón, el miedo y la cautela hasta interiorizarlos. Pero hemos criado a las siguientes para que se sientan verdaderamente iguales y libres. Son muchas y están en todas partes, en la calle, en los centros de trabajo, en los senderos, de día y de noche. Y cuando el dolor que estos días nos encoge el estómago se diluya, volverán a las calles y a los senderos, solas o acompañadas. A correr por el placer de hacerlo. Imparables.

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