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La arrogancia de llamarse Pablo

Cuando el líder de Podemos dejó de hablar de Venezuela, exigió que los medios españoles se dedicaran exclusivamente a hablar de España

Juan Cruz

Durante años, al menos desde 2014, el líder de Podemos, Pablo Iglesias, aun antes de subirse al potro de la política tal como ahora la desarrolla, se dedicó a afear al público, a este periódico, por ejemplo, pero también a toda la prensa que se le puso delante, que se ocupara de Venezuela.

A veces fue porque en efecto este y otros diarios o medios se ocupaban de la desgraciada deriva venezolana, que condujo a su pueblo a la situación que ahora él mismo califica de catastrófica, o simplemente porque él prevenía que surgiera en España un frente informativo que cuestionara la idílica imagen que él mismo mantenía del entonces líder máximo venezolano, Hugo Chávez. Cuando murió este, en la televisión venezolana, él y sus más próximos declararon que allí se había muerto un líder del que debían aprender en España y en toda Europa. Y afirmó no tener lágrimas suficientes para llorar esa pérdida.

Cuando ya parecía evidente que había exagerado, él mismo dejó de hablar de Venezuela y, no solo eso, exigió que los medios españoles se dedicaran exclusivamente a hablar de España, pues aquí sí que sucedían cosas que debían ser objeto de debate y de crítica, y no de Venezuela, que era un país extranjero. Ese decreto suyo fue oído y desoído a la vez; eran buenos periodistas, o columnistas, que no es lo mismo, los que seguían ese dictado, y eran objeto de persecución y de burla, en las redes sociales, en las tertulias en las que él y los suyos aparecieran, aquellos que se apartaran del carril.

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Venezuela llegó a proponerse, pues, como un asunto apestado para Podemos (para Pablo Iglesias, más especialmente), considerado materia reservada y vergonzante por el alto mando que vigilaba, desde la vanguardia acolchada de este partido político, cualquier desviación. Era, con perdón, una admonición estalinista que a la vez recordaba la más célebre intervención pública de Fidel Castro contra la libertad intelectual en Cuba: con Venezuela todo, contra Venezuela nada. Como si Venezuela, por otra parte, fueran Hugo Chávez o Nicolás Maduro. O el Podemos de Pablo Iglesias.

Fue, sin duda, una arrogancia; a esa arrogancia ha ido unido su nombre propio; lo que diga Pablo, parece seguir diciendo su lugarteniente más conspicuo, Juan Carlos Monedero, para quien cualquier admonición del líder basta para perseguir a otros que no le bailan sus argumentos. Con esas cortinillas ha ido decretando ocultaciones Pablo Iglesias, y Monedero ha repicado las consignas. Menos ahora, que Pablo ha rectificado arrogancias pasadas, entre ellas la que tuvo como víctima a la periodista Mariló Montero, a la que amenazó, ahora dice que en una red privada, con todos los rasguños del infierno. Ha levantado, por otra parte, la veda sobre Venezuela, de la que ya podemos hablar tranquilamente, porque él ya no a va a levantar el dedo de la razón, que, por otra parte, ha levantado contra sí mismo.

Lavada su culpa, ya todo está permitido, y Venezuela deja de ser asunto reservado según el criterio de quien otrora pensara que decir cualquier cosa que manchara la vida o la memoria de Hugo Chávez era reo de reaccionarismo. Como si fuera Zelig, Iglesias ha ido a campo contrario, el PP del Senado, a explicar que anduvo equivocado, no puede abrazar ahora todo lo que dijo antes, no se siente solidario consigo mismo, vaya por Dios. Como si se lavara las manos para pasar a otra cosa. Detrás nos quedamos aquellos, medios, políticos, público en general, que, por hablar de Venezuela y no según sus dictados, habíamos caído en las cloacas de la historia.

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