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Algunas razones de la existencia, el tirón y la debilidad de Boko Haram

El investigador francés Vincent Foucher aporta elementos de análisis para combatir al grupo terrorista y profundiza en las características de la “nueva yihad 2.0”

El investigador francés Vincent Foucher en Maiduguri, Nigeria.
El investigador francés Vincent Foucher en Maiduguri, Nigeria.Foto cedida por Jorge Gutierrez Lucena
Oriol Puig

Recién salido de Maiduguri, ciudad cuna de Boko Haram en el noreste de Nigeria, Vincent Foucher asegura que la banda terrorista “ha perdido terreno, se ha escindido en dos facciones y ha cambiado de estrategia”. Desde un discurso profundo y entendedor, Foucher, académico, consultor de Crisis Group y uno de los mayores especialistas mundiales en la secta islamista, visitó recientemente Barcelona invitado por el CIDOB y el Grupo de Estudio de Sociedades Africanas (GESA) para hablar sobre las raíces históricas, socioeconómicas y políticas del movimiento armado y evidenciar así la complejidad requerida, a menudo relegada, relativa a la lucha contra el terrorismo.

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Según Foucher, uno de los grupos armados más sangrientos del mundo, con más de 3.400 muertes a sus espaldas, se encuentra hoy acorralado y debilitado, debido en parte a la respuesta militar de Nigeria y sus vecinos —Camerún, Chad y Níger— con apoyo internacional —EUA, Gran Bretaña, Francia, Unión Europea (UE) y Unión Africana (UA)—. Pero también fruto de enfrentamientos internos y disputas tácticas y teológicas. Tras lograr su máxima expansión territorial entre finales de 2014 e inicios de 2015, la milicia se fracturó en dos en 2016: los partidarios del líder histórico, Aboubacar Shekau, actualmente en retroceso, y los fieles al Daesh, liderados por Abu mus’ab al-Barnawi, conocidos como Estado Islámico en África del Oeste. Estos han puesto en marcha nuevas formas de captación y de organización en sus territorios de operación sin renunciar a la violencia. “Han inventado un modelo alternativo de hacer la guerra, con menos territorio y más redes de influencia, con ataques puntuales contra bases del ejército y un modelo de redistribución económica con microcréditos y préstamos”, detalla Foucher.

La nueva banda ha procurado construir un protoestado más parecido al de sus aliados de Irak y Afganistán, “una especie de yihad 2.0, rural y discreta” en los alrededores del lago Chad, zona de difícil control y acceso, y ha fijado al Estado de Nigeria como principal enemigo de sus despropósitos. El cambio estratégico “ha cosechado ciertos éxitos” respecto al liderazgo de Shekau y “ha evidenciado el problema de fondo relativo a la falta de gobernanza y la poca presencia del Estado en algunas zonas”. De esta manera, la amenaza del grupo en el ámbito regional se puede considerar “prácticamente acabada”, aunque continúan incursiones en Níger, Camerún o Chad. Pero no ocurre así con el terror en Nigeria, foco del conflicto y lugar que sigue representando su principal radio de acción, afirma Foucher. De hecho, la radicalización de Boko Haram se remonta a la vulneración sistemática del ejército nigeriano a los derechos humanos que culminó en la matanza de más de 800 personas durante una manifestación en 2009, entre ellas, el líder espiritual, Mohammed Yusuf. “Las tropas nigerianas no funcionan bien, están desorganizadas, mal equipadas y son clientelistas” y, todo ello, “lleva a una gestión desastrosa y a un mal comportamiento de los propios soldados”, relata el experto.

La radicalización de Boko Haram se remonta a la vulneración sistemática del ejército nigeriano a los derechos humanos

En efecto, Human Rights Watch y Amnistía Internacional han denunciado repetidamente violaciones, agresiones y atrocidades de las fuerzas armadas hacia la población civil, lo que ha aumentado las afiliaciones a Boko Haram, por lógicas de venganza o protección, según el investigador. Aunque Foucher admite una reciente mejora del comportamiento del ejército, también por la presencia de la comunidad internacional en la zona, rechaza la respuesta militar como única solución viable y efectiva para destruir al movimiento y señala diversos motivos que explican su propagación, tanto históricos como étnicos, pero sobre todo económicos y de clase.

En este sentido, apunta que la mayoría de dirigentes de Boko Haram son kanuris en una región de mayoría hausa y fulani heredera de reinos medievales como el de Kanem-Bornu y el califato de Sokoto fundado por Ousmane Dan Fodio, pero entre los milicianos se encuentran distintos grupos étnicos, en especial personas procedentes de familias descendientes de esclavos. “En África este estatus permanece vivo en la memoria colectiva de las gentes” y acostumbra a implicar marginación y exclusión social. Por eso, para muchos el alistamiento al grupo significa “superar jerarquías locales, recuperar cierta dignidad colectiva y una forma de emancipación individual y renegociación de la posición social”, muy relacionada históricamente con el Islam en África Occidental. Si bien la secta también es jerárquica, centenares de personas la perciben como una “vía de ascenso social, espacio de socialización, red de apoyo y de oportunidades económicas frente a las desigualdades sociales existentes y, por tanto, una forma de crear una comunidad de iguales o, al menos, intentarlo”.

Desde esta lógica, Foucher propone abordar el papel de las mujeres en el conflicto sin obviar en ningún momento el sistema de opresión y captura que las somete, pero enfatizando sus mecanismos de resistencia. En este sentido, pide ir más allá de las tropelías más conocidas sobre las niñas de Chibok o la utilización de mujeres bomba para explicar la función estratégica de ellas, desde las que se incorporan al movimiento de forma más o menos voluntaria hasta las que lo combaten con todas sus fuerzas o las que se dedican a la asistencia y la reconciliación.

Centenares de personas perciben a Boko Haram como una vía de ascenso social

Sin minimizar en ningún momento su sufrimiento como víctimas de secuestros o su uso como arma de guerra, Foucher considera necesario entender que casarse con un combatiente de Boko Haram puede representar para algunas una “forma de autonomización respecto a la familia, una oportunidad de adquirir un capital religioso de difícil acceso o una manera de acceder al matrimonio con alguien que no sea su primo”. Sin menoscabar, pues, su consecuente restricción “opresiva” al ámbito doméstico, “para algunas puede incluso significar una manera de evitar trabajos de fuerza en el campo o sortear el miedo a pillajes y atentados”.

Con todo, quien fue editor de las revistas prestigiosas Politique Africaine y Afrique Contemporaine reclama evitar la “estigmatización general” de las personas adheridas a Boko Haram, asumiendo que “muchas no han cometido ningún crimen y otras se han afiliado para huir de la armada nigeriana o tan solo para sobrevivir”. Desde esta perspectiva, y confiado en la posibilidad de retorno del cerca del millón de personas instalado en varios campos de refugiados en países vecinos, el estudioso francés se muestra esperanzado en el trabajo de reinserción desarrollado por ONG internacionales y apuesta por acometer las causas profundas del fenómeno para lograr soluciones eficaces y duraderas, subrayando que “solo con el plano militar se va a lograr bien poco”. De esta manera, señala la importancia de distanciarse de lógicas binarias para procurar entender los fenómenos y, en este sentido, concluye: “al fin y al cabo, Boko Haram es producto de una historia colectiva de la sociedad nigeriana; de desigualdad social y territorial entre norte y sur; de años de impunidad sobre el ejército y de falta de gobernanza crónica”.

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