_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La decapitación fallida de Susana Díaz

Sánchez no logra vengar la debacle andaluza con el remedio de la cabeza de la presidenta

Susana Díaz, en una rueda de prensa convocada el pasado 3 de diciembre.
Susana Díaz, en una rueda de prensa convocada el pasado 3 de diciembre.CRISTINA QUICLER (AFP)

Pedro Sánchez y Susana Díaz se reprochan el escarmiento de Andalucía, como si no fuera posible establecer una intersección de responsabilidades. La culpa del presidente del Gobierno y los errores de la presidenta se antojan evidentes y complementarios, han malogrado incluso la hegemonía de la comunidad más relevante, pero trata de hacerse prevalecer la respectiva aversión política como argumento disuasorio. Una victoria fértil habría cauterizado o anestesiado la dialéctica feroz del susanismo y el sanchismo; una victoria pírrica ha exacerbado la animadversión, hasta el extremo de que Pedro Sánchez pretendió “decapitar” a la baronesa en cuanto protagonista única de la debacle.

Confiaba en la decisión de una dimisión ejemplar, pero la resistencia de Susana Díaz a la crisis electoral precipitó que el ministro Ábalos asumiera el protagonismo de una misión paracaidista destinada al “magnicidio”. Subestimó la solidaridad del PSOE andaluz a la presidenta. Y tuvo que rectificar incluso aquellas declaraciones que alojaban la sentencia de ejecución. Díaz acordonaba su territorio, rechazaba la autoridad del líder. Y reanudaba la beligerancia de un duelo que no tiene ganador, pero si expone una víctima recurrente: el PSOE.

Se avecina un cambio de Gobierno y de época en Andalucía que contraviene la hiperglucemia demoscópica del chef Tezanos. Los comicios del domingo han sido un ejercicio de realidad que vigoriza la moral de la derecha y que penaliza el ensimismamiento de Sánchez en el chantaje del soberanismo. Casado y Rivera se implicaron en una campaña nacional que les ha resultado satisfactoria, del mismo modo que Vox es un movimiento político sobrepasado por la indignación de sus votantes en la psicosis patriótica. Le sucede a Santiago Abascal lo mismo que a Chaplin en Tiempos modernos. Recoge un trapo del suelo. Y cuando levanta la tela para devolvérsela al conductor del camión del que se ha caído, se sorprende en cabeza de una manifestación descomunal. El movimiento, el magma, los chalecos amarillos, buscaban un autor. Cualquiera.

Vox no representa a sus votantes, curiosamente. Y el PSOE ha sido incapaz de movilizar a los suyos, como si los sanchistas recelaran de apoyar a Díaz en un sabotaje temerario. Y como si los susanistas no le hubieran concedido oxígeno político suficiente para arraigarse en San Telmo.

El remedio de La Moncloa a la crisis consistía en ofrecerse la cabeza de la presidenta e improvisar una gestora. Purgar a Díaz y su aparato. Y aprovechar incluso el nacimiento del monstruo de la derecha en Al Andalus para convertirse Sánchez en el gran antagonista.

Se le ha encasquillado a la operación. Y ha reaccionado el líder socialista con el maximalismo de los Presupuestos en términos de posibilismo antropológico. Si se los aprueban, seguirá hasta 2020. Si se los tumban, convocará elecciones y nos convencerá de que no ha cedido al independentismo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_