Los nuevos votantes de Vox, un día después de las elecciones: “Esto no es solo de Andalucía, también los apoyaremos en las generales”
En el barrio de Los Remedios, en Sevilla, la formación de Santiago Abascal ha pasado de 471 votos en los comicios autonómicos de 2015 (3,18%) a los 3.645 (24,66%)
En los 900 metros de la calle Asunción, en Sevilla, es complicado no toparse con una bandera colgada de un balcón. Casi todas, de España. Pero en la barandilla de un segundo piso hay una enorme lona que destaca entre el resto: la de Vox. Debajo, en las terrazas y las barras de las tabernas, la conversación se repite entre los residentes del barrio de Los Remedios: el éxito del partido de extrema derecha, que ha conseguido entrar por primera vez en un Parlamento español. La formación liderada por Santiago Abascal obtuvo 12 escaños en las elecciones andaluzas de este domingo, dos de ellos en la provincia de Sevilla. Y este vecindario es un fiel ejemplo de su ascenso. De los 471 votos en los comicios autonómicos de 2015 (el 3,18%), Vox ha pasado a los 3.645 este año (24,66%); mientras que los votantes del PP han bajado de los 9.050 (un 61,06%) a los 5.508 (un 37,27%).
A pocos metros de la portada de la Feria de abril la fiesta no cesa. Es el bar España, ubicado en una de las callejuelas que confluyen en la vía Asunción. "Esto es como la sede de Vox", repite todo el que entra. Sus dueños votan a Vox, la mayoría de los clientes que llegan votan a Vox, el vecino que pasa y saluda vota a Vox. La mayoría se ha decantado por el partido de Santiago Abascal por primera vez. En la mañana tras las elecciones autonómicas hablamos con seis de los nuevos votantes, que han elegido a la formación de extrema derecha por "decepción" con el resto de partidos —la mayoría antiguos simpatizantes del PP— y que admiten que el cambio del sentido de su voto no tiene solo acento andaluz, sino que se repetiría en unas hipotéticas elecciones generales.
Por qué Vox es un partido de ultraderecha
Vox es un partido de extrema derecha, en efecto, porque su idiosincrasia se abastece de un modelo nacionalista-confesional que apunta a la supremacía y que se recrea en la retórica identitaria. La discusión del modelo autonómico no obedece tanto a un planteamiento conceptual —el centralismo jacobino frente a la descentralización— como al cuestionamiento de la Constitución y a la evocación de un eje gravitatorio, Madrid, desde el que se vertebra en sentido nuclear la evocación de una España grande y libre, con destellos de autoridad y de ambiciones moralizantes. Abascal y sus costaleros proscriben el aborto y el matrimonio gay, abominan del feminismo y se entrometen en las libertades individuales desde un paternalismo que huele a incienso y cuartel: Dios, patria y familia.
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