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Columna
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Caballos de Troya

La pandemia nacional-populista que devasta Europa acaba de llegar a España, tras el súbito contagio del agente patógeno Vox sufrido por el electorado andaluz

Enrique Gil Calvo
Santiago Abascal, líder de Vox, valora este lunes los resultados electorales.
Santiago Abascal, líder de Vox, valora este lunes los resultados electorales. Laura León (EL PAÍS)

La pandemia nacional-populista que devasta Europa acaba de llegar a España, tras el súbito contagio del agente patógeno Vox sufrido por el electorado andaluz. Las defensas de los anticuerpos han sido incapaces de inmunizar a una ciudadanía cuya elevada abstención ha propiciado el éxito del ataque, propagado por las redes y canales de comunicación que han centrado en Vox el foco de su atención. Y como sucedió con el caso Trump, este plus de notoriedad mediática, subrayado por su carácter negativo, le ha permitido monopolizar la campaña: que hablen de uno aunque sea mal. A partir de aquí toda irá a peor, pues en los próximos comicios los demás electorados irán cayendo por efecto dominó. Con lo que ese cuento de la lechera que constituía el relato de Sánchez ha quedado ya refutado.

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El carácter antidemocrático de Vox resulta patente, pues lleva en su programa la discriminación de los inmigrantes y la derogación de las leyes de igualdad y violencia de género, siendo su primer candidato en Sevilla un juez prevaricador, autor de un infame libro titulado La dictadura de género (Almuzara, 2012). A pesar de lo cual, los partidos de centro derecha le están abriendo las puertas contribuyendo a normalizarlo y legitimarlo. Este efecto caballo de Troya es justo el mismo pecado que abrió las puertas al fascismo en la Europa de entreguerras, según demuestran Levitsky y Ziblatt en su imprescindible libro Cómo mueren las democracias (Ariel, 2018). Pero en esto PP y Ciudadanos no han sido los primeros en abrir las puertas al nacional-populismo, pues ya lo hizo antes el PSOE de Sánchez, que no dudó en blanquear, normalizar y legitimar al anticonstitucional secesionismo catalán, aceptando sus votos en la moción de censura para erigirse en presidente desbancando a Rajoy. Que es justo lo mismo que ahora le van a hacer al PSOE andaluz, pagándole con la misma moneda.

Y esto ocurre en vísperas de la conmemoración del 40º aniversario de la Constitución, que en absoluto podemos celebrar, pues la democracia española se encuentra atravesando una crisis agónica de imposible solución. Léase al efecto el demoledor libro Historia de una frustración (Anagrama, 2018) que acaba de publicar el mejor analista de nuestra transición a la democracia, Josep María Colomer. Reformar la Constitución resulta del todo imposible no por razones técnicas, pues bastaría con activar la propuesta que redactó en su día el Consejo de Estado, sino por el nihilismo de todos los actores políticos, que prefieren hundir la nave con todos dentro antes que ceder el mando a sus rivales. Y con ello quedan vulneradas las líneas maestras del compromiso consensuado que definen a la democracia: la aceptación de las reglas de juego, el respeto a los derechos ajenos y el reconocimiento de la legitimidad del adversario. Unos compromisos que ahora viola Vox porque se siente autorizado para ello, pues ya lo hicieron antes tanto los secesionistas como los partidos del establishment.

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