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Columna
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La mirada autonómica

La política estatal es tan absorbente que se olvida que somos un Estado compuesto

Pablo Simón
Las 19 banderas de las 17 comunidades autónomas mas la de Ceuta y la de Melilla, en la fachada del Senado.
Las 19 banderas de las 17 comunidades autónomas mas la de Ceuta y la de Melilla, en la fachada del Senado. Uly Martín

Con frecuencia Madrid no deja ver el bosque. Al fin y al cabo, el debate sobre la política estatal es tan absorbente y en clave tan madrileña que se olvida que somos un Estado compuesto. Más aún, se olvida hasta qué punto las comunidades autónomas anticipan cambios, ofrecen un rico menú de equilibrios políticos y, en suma, brindan interesantes enseñanzas para nuestros representantes nacionales.

Cada vez que alguien alega que en nuestro país no hay cultura del pacto un vasco, un aragonés o un canario solo pueden encogerse de hombros, pues tradición no les falta. Por poner un ejemplo, hoy Baleares es la comunidad que más se parece a España —con partidos estatales a izquierda y derecha y formaciones nacionalistas desempatando—. Allí, como ya es normalidad en el Congreso, los Gobiernos se consiguen si se suma, no si se queda la fuerza más votada.

Esto ya nos da una clave relevante. El PSOE, con los peores resultados de su historia en 2015, pudo ganar poder institucional porque su bloque llegó a la mayoría. Sin embargo, si en 2019 mejora sus resultados (incluso siendo el más votado), pero es a costa de unos socios que se desinflan, podría perder Gobiernos, simplemente, porque no tiene en quién apoyarse. Y es que al PP le podría pasar lo inverso: podría sacar peores resultados que en 2015, pero ganar poder institucional pactando con un Ciudadanos más fuerte, el cual compensaría su caída.

Además, en las autonomías también tenemos pistas sobre cómo gobernar en entornos fragmentados, pues las coaliciones son cosa frecuente. Aunque casi siempre han sido los partidos no estatales los que han entrado en el Gobierno, tanto Izquierda Unida en Asturias o Andalucía como Podemos en Castilla-La Mancha conocen esta fórmula. Fijarse en modelos de ejecutivos como la estructura “mestiza” de la Comunitat Valenciana (que tiene en cada departamento cargos de los dos socios) puede anticipar cómo serán los primeros gobiernos de coalición a nivel estatal. Un aprendizaje útil a ambos lados del hemiciclo, pues hoy también la derecha está fragmentada y deberá pactar.

Por desgracia, cuando se habla de las comunidades autónomas este debate nace y muere en la crisis constitucional catalana en unos términos muy polarizados. Como si no hubiera nada más sobre nuestro modelo territorial ni su política. Como si fuera un tema menor que las autonomías gestionen el núcleo de nuestro Estado de Bienestar: sanidad, educación y servicios sociales. Como si no hubiera margen para reformas de suma positiva entre comunidades que mejoraran el funcionamiento de nuestro modelo de Estado. Una cortedad de miras que nos hace perdernos el mejor manual de instrucciones para una política que ya está entre nosotros, solo que más allá de la M-30.

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Sobre la firma

Pablo Simón
(Arnedo, 1985) es profesor de ciencias políticas de la Universidad Carlos III de Madrid. Doctor por la Universitat Pompeu Fabra, ha sido investigador postdoctoral en la Universidad Libre de Bruselas. Está especializado en sistemas de partidos, sistemas electorales, descentralización y participación política de los jóvenes.

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