Cómo hacer las cosas despacio en un mundo que cada vez tiene más prisa
Charlotte Macaux Perelman y Alexis Fabry, directores artísticos de Hermès Maison, nos explican que dos trabajan mejor que uno. Y que un pisapapeles tiene el mismo valor que un armario ropero
“Siempre estamos de acuerdo. Es reconfortante”. Lo dice Charlotte Macaux Perelman sobre Alexis Fabry. Desde 2014, esta pareja ocupa la dirección artística de Hermès Maison, la división de cosas de casa de la que tal vez sea la firma más deseada del lujo mundial. La de los bolsos Kelly y Birkin, la de las corbatas y los pañuelos de seda, y gracias a Macaux y Fabry, la de las sillas diseñadas por arquitectos como Rafael Moneo, las banquetas-cojín de piel que firma Philippe Nigro y los coloridos objetos decorativos que convierten los locales de la marca en tiendas de golosinas. Esmaltadas, lacadas o delicadamente pintadas a mano, y por supuesto, a un precio, pero golosinas al fin.
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Ni Hermès es una empresa al uso ni la pareja que nos ocupa es el típico tándem de diseñadores. Ambos son amigos y nacieron en París, pero sus trayectorias no tienen nada que ver. Perelman dirige su propio estudio de arquitectura e interiorismo, vivió diez años en Nueva York y trabajó con Philippe Starck y el hotelero dueño del Chateau Marmont, André Balazs. Fabry es comisario, editor y especialista en fotografía latinoamericana. Esto garantiza no solo un punto de vista multidisciplinar, sino más viajado de lo habitual en las casas que gobiernan el lujo desde Francia para el mundo.
“No pensamos en un cliente específico, pero sí hay un cliente ideal. Una persona exigente que presta atención a todos los detalles. Que va a sentarse pero también va a pasar la mano por el borde de la silla”
Pero ni una ni otro se toman la multiculturalidad como coartada: “En Hermès son muy importantes los oficios, así que parte de nuestro cometido consiste en expresar el gesto artesanal. Por ejemplo, el taburete Karumi, que diseñó Álvaro Siza. Teníamos una idea de su sobriedad que no conseguíamos plasmar mediante materiales como los que tenemos en Europa. Comenzamos a hacerlo en Italia y al final acudimos a un artesano japonés que trabajaba con el bambú con una tecnología muy avanzada. Pero lo hicimos para acercarnos más a la creación de Siza”, aclara Macaux Perelman.
Hermès, que nació como casa de fabricación de artículos ecuestres en 1837, sigue siendo una empresa familiar, famosa por sus procesos artesanales y conocida por su desafiante lentitud en plena impaciencia millennial (su director artístico, Pierre-Alexis Dumas, habla de la “teoría de los placeres diferidos” para explicar su postura). Tiene sentido entonces que el pasado abril, durante el Salone de Milán, la instalación que construyeron en el Palazzo della Permanente para mostrar la última colección de Hermès Maison fuera un espectacular montaje de siete casas monolíticas cubiertas de 150.000 azulejos marroquíes: cualquier cosa menos arquitectura efímera.
Macaux lo argumenta sin grandilocuencia. “El año pasado hablábamos de muebles, de rigor, pero este queríamos expresar el color a través de la escenografía, y señalar los objetos, dar preeminencia a la escala pequeña”. Como A walk in the garden, una nueva vajilla decorada por el ilustrador Nigel Peake; una escultura de madera y piel que también vale para poner collares; cajitas lacadas, o un vacíabolsillos hecho con una sola pieza de cuero y cuatro precisas puntadas. Este último, perteneciente a la colección Pli’H, es de las favoritas de Fabry: “Son piezas muy elementales pero tienen esa atención al detalle que se adapta particularmente bien a los objetos de menor tamaño. La firme delicadeza de una costura, la precisión de un pulido”, explica.
Por mucho que en Hermès nunca se hable de estrategias de negocio, ¿es esta una manera de hacer más accesible su universo decorativo? Macaux responde: “Hermès siempre ha hecho objetos y siempre ha trabajado la escala pequeña. Lo hacemos todo con el mismo cuidado, da igual el tamaño”. Otorgar la misma importancia a un armario ropero que a un pisapapeles, desde luego, es algo muy Hermès. Una actitud minuciosa que exige un ojo entrenado. “No pensamos en un cliente específico, pero sí hay un cliente ideal. Una persona exigente que presta atención a todos los detalles. Que va a sentarse pero también va a pasar la mano por el borde de la silla”, dice Fabris.
Ni él ni Macaux se consideran obligados a alcanzar la creciente velocidad que el diseño de producto está remedando de la industria de la moda. Ella lo justifica: “Aunque hoy se diseñen muchas más sillas al año, no tengo la sensación de que haya más obras maestras que antes”. Lo que sí es capital es que el conjunto de todo lo que se produce bajo el paraguas de Hermès Maison sea armonioso. En su cásting de colaboradores manda la afinidad sobre la fama. No esperen al influencer de turno, pero, en un mundo perfecto, sí a la ceramista británica Lucie Rye, que murió en 1995 dejando una obra imperfecta y sutil.
“Habría sido un sueño hacer un juego de café con ella”, dice Fabry. “Este trabajo tiene mucho de comisariado. Elegir, hacer correcciones ínfimas”, concluye. Y Macaux acaba la frase: “Es un trabajo de edición. Compartimos ideas. Pero no dividimos las tareas. Lo hacemos todo juntos”.
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