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Columna
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Andalucía: la guerra de todas las guerras

Los intereses regionales compiten con los nacionales en un laberinto que encierra a Susana Díaz

Susana Díaz, el pasado 10 de noviembre, en Sevilla.
Susana Díaz, el pasado 10 de noviembre, en Sevilla.EUROPA PRESS (ARCHIVO) (Europa Press)

Antes de celebrarse las elecciones andaluzas del 2 de diciembre prosperan incluso las voces que reclaman repetirlas. Fue el candidato Juan Marín (Ciudadanos) el primero en aventurar la hipótesis, no solo como una boutade propagandística, sino como una explicación al desconcierto de la guerra de todos contra todos y a la correspondiente restricción de los espacios de consenso o de alianzas.

Se presume una victoria concluyente de Susana Díaz, pero no se adivina un acuerdo de legislatura ni de investidura. La aversión de Teresa Rodríguez a la presidenta contraindica que vaya a ungirla como timonel de San Telmo. Y la rivalidad entre Sánchez y Rivera repercute en el cortocircuito de un pacto autonómico entre socialistas y naranjas, aunque la especificidad del territorio andaluz podría relajar las posiciones cuando llegue el momento de echar las cuentas y esconder el megáfono.

Le convendría a Ciudadanos acercarse al PSOE andaluz. Sería la manera de alejarse de la “derechona”, de cultivar al votante socialdemócrata en el balancín del centro y hasta de asumir el acuerdo externo que ha permanecido en vigor durante casi cuatro años.

Rivera abomina del sanchismo en la retórica confortable de los puentes rotos, pero un acuerdo con Susana Díaz tanto beneficia la capacidad ejecutiva de Ciudadanos como sobrentiende un desafío al propio Sánchez. Porque altera la relación orgánica de las izquierdas en el Parlamento nacional. Y  porque la propia Susana Díaz, íntima enemiga del líder socialista, remarcaría Andalucía como un territorio político propio, no solo ajeno a las instrucciones conceptuales del presidente del Gobierno, sino reacio a cualquier espacio de colaboración con la detestada Teresa Rodríguez.

Desheredado el PP de cualquier protagonismo en la trama, la solución al laberinto apunta a un Gobierno en minoría de Susana Díaz. Y no habría que escandalizarse, entre otras porque su aire electoral y sus escaños van a sobrepasar proporcionalmente el margen con que Sánchez gobierna desde Madrid, pero la lideresa socialista necesita un acuerdo puntual, simbólico, para la investidura. Si Ciudadanos se resiste a concedérsela, tal como parece, le correspondería hacerlo Teresa Rodríguez, aunque incorporando un mecanismo más o menos perverso: apoyar al PSOE con un presidente distinto.

La maniobra es el sueño inconfesable de Sánchez: su partido gana en Andalucía como premonición del gran escenario de la victoria (municipales, autonómicas, europeas), se consolida la relación con el podemismo en el pacto de las izquierdas y, sobre todo, pierde su trono Susana Díaz. Tan inaceptable y humillante se antoja el escenario para la presidenta andaluza que podría precipitarse no ya un acuerdo extemporáneo con Ciudadanos sino concretarse la idea o la ocurrencia a la que apuntaba Marín: la primera decisión de Susana Díaz después de las elecciones consistiría en convocar otras elecciones.

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