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Madres que no quieren hablar de sexo con sus hijas

Muchos progenitores se bloquean cuando se plantea la educación sexual de sus vástagos

Con estas manitas y mi tricotosa hubiera hecho maravillas si desde pequeña me hubieran animado a explorar mi entrepierna. Qué suerte tienen, señores. Qué suerte.

La imperiosa necesidad de conocer lo que tenemos entre las piernas.
La imperiosa necesidad de conocer lo que tenemos entre las piernas.Getty Images (Getty Images)

Desde que un niño nace, damos por hecho que se va a tocar el pene. ¿Cómo si no aprenden a orinar todos los varones de este planeta? Al niño se le enseña a que se plante junto al váter, coja su miembro, apunte bien y miccione. Las madres suplicamos para que no apunten al habitáculo de plástico con la pastilla de ambientador desinfectante, pocas son las que lo logran. He escuchado explicar todo este procedimiento a niños de tres años que casi no sobresalían del inodoro. Con lo fácil que hubiera sido enseñarlo a que meara sentado. A mear sentada me enseñaron a mí. Obvio. La ubicación del meato urinario en las mujeres obliga a que orinemos sentadas. En los hombres, excepto honrosas excepciones, como algunos con genitales intersexuales, permite que se cojan el pito, apunten y disparen.

Las niñas no podemos tocarnos entre las piernas. En vez de gritar con espanto y correr a quitarle las manos de donde las tengan, cada vez que una niña aparezca en público acariciándose deberíamos explicarle que eso se hace en privado. Agradecería que además fuéramos capaces de explicar lo que supone tener oro entre las piernas. No les quiero ni contar si encima les diéramos la pauta de cómo, quién y cuándo puede participar de esas caricias. Pero no. Muchos progenitores se bloquean cuando se plantea que sus vástagos puedan ser educados sexualmente. Y, hasta hoy, no existe educación sexual didáctica y articulada desde la enseñanza. Por mucha falta que haga.

¿Qué hacemos, entonces?

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Antes de que me bajara la menstruación ensayé cómo esgrimir tampones. Me recuerdo en el baño de mi casa, con las explicaciones pertinentes desplegadas sobre las rodillas, apuntando dentro de mi orificio más grande. La primera vez que toqué los bordes de mi vagina lo hice a través de aquel palito de algodón, casi temiendo que fuera a saltarme un bicho que me mordiera la mano. Al menos a las de mi generación, nadie nos permitió que nos conociéramos a nosotras mismas. Lo que hubiera agradecido que me hubieran enseñado lo que es una copa menstrual, esa que cada vez usamos más. Al menos la que suscribe, pone los tacones encima de los hombros del que empuja hasta los días que tiene la regla desde que la copa menstrual entró en su vida. Y no, no es porque me dé asco follar ensangrentada. Es porque no quiero meter en lejía hasta la funda del colchón por haber apretado fuera de la ducha.

Por no describir (para que no implosione nadie que me lea) que a fuerza de aprender a colocármela, estoy descubriendo todo un mundo de sensaciones extras. De esas que conviene conocer para sacarte partido a solas o acompañada. La copa menstrual resulta tan básica que hasta la niña más torpe entenderá su mecanismo. Y de paso se conocerá a sí misma. Si mamá sabe las ventajas de la copa es probable que se la enseñe a la hija. Es una buena noticia que cada vez tenga más adeptas; una manera efectiva y hasta aséptica de ampliar nuestra salud sexual.

"El no conocerse afecta a la autoestima y seguridad en una misma". Emma Ribas, psicóloga y sexóloga clínica admite que su consulta está llena de mujeres que no tienen ni idea de su propia anatomía. Y necesitan descubrirla si pretenden cuidar su salud sexual. "Cuando una mujer no se conoce, implica, en muchas ocasiones, que no tiene su sexualidad desarrollada y, por lo tanto, tampoco sabe guiar a la pareja. Será difícil tener relaciones sexuales satisfactorias así. No conocerse a una misma y no tener relaciones sexuales satisfactorias puede derivar en disfunciones sexuales, como la falta de deseo, la anorgasmia, la dispareunia, el vaginismo y la aversión al sexo".

Deberíamos enseñar también a los niños a orinar sentados. Estudios del departamento de urología de la Universidad de Leiden certifican que se orina más fácilmente sentado y que la postura ayuda a reconocer problemas que, de pie, tardan más en descubrirse. Además, sentados, los hombres pueden interrumpir el orín y así ejercitar su músculo pélvico, lo que repercute directamente en su salud sexual. El doctor Eduard García Cruz, urólogo especializado en temas de sexualidad y problemas de próstata, explica que estos ejercicios son indispensables para mantener el pulso sexual; ejercitándolos, se controla la eyaculación, se tratan los problemas de erección y la vida sexual mejora.

Piénsenlo la próxima vez que se empeñen en que su hijo solo orine de pie, por muy masculina que les parezca la pose.

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