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Barcos sin honra

Se ha alzado, insobornable, la voz unida de toda la política española: la libertad de expresión no está en venta

Retrato del príncipe heredero, Mohamed bin Salman (MBS), en Riad (Arabia Saudí).
Retrato del príncipe heredero, Mohamed bin Salman (MBS), en Riad (Arabia Saudí).FAYEZ NURELDINE (AFP)

A la portavoz del Gobierno, Isabel Celáa, se le ha llenado la boca más de una vez con una frase que nos complace a muchos: “Este es un Gobierno decente”. Y con la decencia hemos estado jugando durante unos cuantos días en la política en España. Desde Podemos hasta el PP, pasando por los nacionalistas, y con el partido del Gobierno en medio. Desde Méndez Núñez, y su “honra sin barcos” en Cavite, no habíamos tenido semejante ataque de decencia. El almirante perdió toda una flota de madera, y la España actual intenta salvar cuatro modernas corbetas de metal.

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El listón lo había puesto alto el heredero del monarca saudí, Mohamed Bin Salmán, un salvaje reconocido internacionalmente, que se pasea por el mundo deshaciendo vidas a su antojo. El heredero parece ser que mandó matar, de la manera más cruel que se puede imaginar, a un periodista, Jamal Khashoggi, que tuvo la osadía de reclamar para el mundo árabe derechos que, al menos antes, nos parecían a los españoles algo intocable.

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Hasta no hace tantos años, en España se tenía que luchar por la libertad de expresión. Y eso no tenía precio. O eso se pensaba. Ahora sí sabemos cuánto es: 1.800 millones de euros. A cambio de esa cantidad, Bin Salmán podrá desmembrar vivos a todos los periodistas que quiera y bombardear escuelas yemeníes cuando le plazca, sin que nadie diga nada, en España al menos. No es barato, pero Bin Salmán, pariente de Osama Bin Laden, tiene ese dinero. Con el que consigue que ni Donald Trump le tosa sin pensárselo dos veces.

En Lawrence de Arabia, la película de David Lean sobre el nacimiento de la brutal teocracia que gobierna sobre el inmenso mar de petróleo escondido bajo el desierto de la península arábiga, se pueden ya intuir bastantes elementos de esta historia, como la crueldad de sus líderes y el odio a los otomanos. Por supuesto, el desprecio por la libertad de los más débiles.

Pero ante todo eso se ha alzado, insobornable, la voz unida de toda la política española: la libertad de expresión no está en venta. Bueno, un poco sí, pero el precio será muy caro: 1.800 millones de euros.

Los cadáveres de José Couso y de Jamal Khashoggi, muertos los dos defendiendo la libertad de informar, se removerán para discutir entre ellos si el precio está ajustado o no a lo que pedían, que era al fin y al cabo lo mismo: la libertad.

Barcos sin honra.

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