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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La implosión del soberanismo

El independentismo conmemora el octubre negro urdiendo una conspiración contra sí mismo

Quim Torra y Elsa Artadi, en la sesión parlamentaria del pasado 10 de octubre.
Quim Torra y Elsa Artadi, en la sesión parlamentaria del pasado 10 de octubre.G3-CAT (GTRES)

Puestos a conspirar, el soberanismo catalán ha conspirado contra sí mismo. Desde su naturaleza insaciable, ejerce a la vez el papel de gobierno y de oposición. Y aloja un mecanismo autodestructivo cuya ferocidad ha comprometido el espíritu conmemorativo del octubre negro. No ya porque las botas de los CDR han pisoteado a las flores del pacifismo, sino porque los partidos indepes se concedieron un rito de implosión el mismo día que de debían consumarse los prodigios fundacionales: ni la reprobación del Rey ni la reivindicación de la autodeterminación consiguieron estimular la cohesión de la grey separatista.

Reventó la mayoría. Prevalecieron las diferencias: desde las ideológicas y conceptuales que implica el veneno antisistema de la CUP hasta las estrictamente personales. Junqueras y Puigdemont se reencarnan en sus respectivas marionetas -Torrent y Torra- para reprocharse el rumbo errático de la nave estelada y el agravio comparativo. El líder de ERC defiende en prisión las posiciones conciliadoras, explora el espacio de la negociación en la expectativa del tripartito -el martes hubo hasta un acuerdo con el PSC para desautorizar a los diputados suspendidos- y el condotiero exiliado agita desde las comodidades ultraterrenas el desafío al Estado a expensas del caos en el Parlament.

El colapso institucional y la parálisis legislativa son ilustrativos de una endogamia cuya letra pequeña se antoja cada vez más hermética en la percepción general. De hecho, las diferencias entre los grandes partidos tanto valen para definir las crisis de idiosincrasia particulares. Por ejemplo el PDeCAT, cuyas huestes se dividen y gradúan a la vez entre partidarios y detractores de Carles Puigdemont, titular de la bala de plata que condiciona el recurso estratégico de las elecciones anticipadas. Torrent es el carcelero del Parlament: lo abre y lo cierra cuando quiere. Y Torra tiene por imposición de manos la llave de la disolución de la cámara.

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El soberanismo se ha desgastado más por sí mismo de cuanto ha sido capaz de desgastarlo el frente constitucional, tan heterogéneo y desquiciado como el adversario, pero más confortable estos días en el espectáculo justiciero que proporciona la barra brava. Se ha fracturado la familia soberanista. Se ha desquiciado el liderazgo tragicómico de Torra, pero la pérdida de la mayoría en el parlamento no conlleva en absoluto la pérdida de la mayoría social. La sensibilidad al independentismo engrasa como nunca la maquinaria de la propaganda, prolifera en las nuevas generaciones de votantes y puede exacerbarse en el consenso general del lazo amarillo.

Es el argumento aglutinador que devolvería al independentismo la argamasa de la cohesión: sobreponer el proceso judicial de los políticos presos a las elecciones, destronar la política por los sentimientos y recuperar la tierra prometida desde los intestinos.

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