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Soy lo que visto Un sello de identidad. Un medio para provocar. O para definir la imagen que quieren transmitir sobre sí mismos. Desde el cantante de trap Yung Beef hasta el actor Daniel Grao, esta es la relación de cinco personajes con la moda. “¿Que quién es Yung Beef? ¿Y cómo se viste? Pues un ratero. Y como quiero”. Habla alto y claro, a golpe de trap, el lenguaje que mejor conoce y que le ha catapultado como uno de los pioneros españoles de este ritmo urbano. Cultivó su música en las calles de su Granada natal, donde lo mismo vendía drogas que recogía chatarra con su tío. En aquellos años se empapó del estilo de su entorno. El mismo que viste y que hoy impera en las grandes pasarelas de moda. “La creatividad siempre ha estado en los barrios. Lo de mezclar un chándal con un Fendi o un Prada lo llevamos haciendo nosotros 13 años”. Con 14, él ya iba a Marruecos para comprar falsificaciones de Gucci o Dior. “La diferencia de clases sociales se refleja en la ropa. La gente me trataba de ratero, pero si accedías a esas prendas, te miraban de otra manera. Quizás ahora que todas las firmas de lujo tienen su propia colección de street, se diluyen más las fronteras”. Con 28 años y en la cima, reconoce que su relación con la moda es un juego que explota a su conveniencia. “En nuestra música, la ropa dice mucho. Hay códigos y prendas que te asocian a una banda. Yo sé de qué ciudad es alguien solo por cómo viste. Y eso lo hay en cada barrio”. Yung Beef viste camisa de plumas con estampado tropical de Prada, camiseta de algodón de SSS World Corp, pantalón de chándal de Fendi, zapatillas de Dior Homme, y sus propios complementos: pulsera Non Watch Bracelet, de Biis, y collar de Juanita Grillz. Yung Beef lleva abrigo, pantalón y cinturón, todo de Dolce & Gabbana; camiseta de American Vintage, anillos de Glenda López, calcetines de Nike y complementos del rapero: pulsera de Biis, y collar y grillz (funda para los dientes) de Juanita Grillz. De niño, Daniel Grao era muy tímido. La interpretación no entraba en sus planes hasta que una tarde, siendo ya adolescente, vio un espectáculo de Nacho Duato. Sintió que su destino estaba sobre un escenario. Pero su falta de base técnica sobre la pista le obligó a reconducir ese sueño hacia el teatro. “Esos tres años de formación me cambiaron. Las clases tenían mucho de autoinvestigación, de conocerte a ti mismo. Fue algo sanador”, recuerda hoy, con 42 años y una sólida trayectoria. Hace una década que el catalán se instaló en Madrid para participar en la serie Las amistades peligrosas. A partir de ahí, fue enlazando un rodaje con otro. La serie Acusados y la obra La avería, ambas con Blanca Portillo, dieron a su carrera el empujón definitivo. Y filmes como Julieta, de Almodóvar, terminaron de consolidarla. Cuenta que su trabajo le ha generado una crisis de identidad respecto a su imagen. “Siempre llevo el pelo o la barba que me exige el guion y visto con la ropa de mi personaje muchas horas”, ríe el intérprete, que acaba de estrenar la serie Gigantes. “El problema es que en los paréntesis en los que puedo ser yo mismo, ya no sé cuál es mi estilo. Quizás jeans, camiseta, chupa y zapatillas sería mi uniforme de toda la vida”. Jersey y pantalón, ambos de Brunello Cucinelli; reloj con correa de piel de la Master Collection, de Longines. Abrigo de piel de Prada, camisa estampada de Antony Morato, jersey de cuello vuelto de Calvin Klein Jeans, pantalón de Hermès, calcetines de Cóndor, botines de pitón de Dries Van Noten, desodorante de Yves Saint Laurent, y aceite para barba Softer Touch, de House 99. A priori, a Julio Medem no le interesa la moda. “Voy justito”, ríe el director de 'Vacas' o 'Los amantes del círculo polar'. Pero juega un papel indiscutible en su trabajo. “En mi cine persigo la belleza, y eso incluye la ropa”, dice el cineasta, que el 1 de noviembre estrena 'El árbol de la sangre'. El gusto por el estilo forma parte de su vida desde que nació. Su abuelo le pagó a Balenciaga su primer billete de avión a París, donde se forjó como uno de los grandes diseñadores de la historia. Su madre, Marga Lafont, diseñaba ropa infantil. “Hasta creó una colección para André Courrèges, el que fuera aprendiz de Balenciaga”, cuenta el cineasta vasco. Ese vínculo entre su familia y el modista despertó en Medem una curiosidad insaciable por el artista. Lo ha leído y visto todo sobre él. Le obsesiona su fragilidad y su trabajo vanguardista. “Es el Picasso de la moda”. Hace años que intenta rodar una película sobre su vida, pero no logra financiación. Ahora, a punto de cumplir 60 años, reconoce en ese proyecto una “espinita”. “Espero sacarlo adelante antes de retirarme”. Julio Medem con chaqueta de cuero y camisa de pana, ambas de Sandro Paris; vaquero Levi’s 501, de Levi’s; botines de piel de Church’s; reloj de acero de Omega, y bálsamo posafeitado de Yves Saint Laurent. El vínculo de Gianni Ruggiero, arquitecto catalán, con la moda le viene de cuna. Su padre es el publicista italiano Gianni Ruggiero, que aterrizó en Barcelona en los sesenta y se convirtió en un gran fotógrafo de moda. Su madre es la modelo danesa Susan Holmquist, coronada Mis Naciones en 1964. “Yo era su maniquí. Le encantaba experimentar con mi indumentaria. Me vestía con marcas que después se hicieron famosas, como Desigual, Custo…”, recuerda. Quizás por eso le encantaría vestir “superexcéntrico” —como de niño— y uno de sus sueños en la actualidad sería tener una estilista que le dijera qué se tiene que poner cada día, reconoce entre risas Ruggiero, de 48 años. Su trabajo le exige ser muy meticuloso, estar pendiente de cada detalle. Con la ropa le ocurre lo mismo. Puede tardar horas en escoger un bañador. “Tengo que probármelo varias veces, revisar el material, calcular cuánto puede encoger con el uso y los lavados…”. En definitiva, prever todos los posibles inconvenientes, como hace con los proyectos que dirige en Toolstudio, el estudio que fundó en la Ciudad Condal hace ya 10 años. Gianni Ruggiero lleva un abrigo de lana de Ralph Lauren Purple Label, jersey de cuello vuelto de Springfield, y sérum exfoliante T-Pur Refining, de Biotherm. Marcus Cooper, de niño, llevaba el pelo largo y hacia delante. “Como el actor Zac Efron”, explica el piragüista olímpico, de 23 años. Empezó a practicar este deporte a los 12 y ya acumula nueve medallas. Una carrera meteórica que esconde mucho esfuerzo. Dedica cinco horas diarias a entrenar, por lo que se ha convertido en un asiduo de la ropa deportiva. Entiende el chándal como su uniforme y trata de huir de él en todos sus ratos libres. “Soy el típico que, incluso cuando estoy tirado en el sofá, me pongo mi vaquero y mi camisa”. También sus éxitos y la atención mediática a la que está expuesto le han obligado a prestar más atención a su imagen. Algo que, hasta ahora, no le había preocupado. “Veo qué prendas hay en las tiendas, pero no estoy atento a las pasarelas”. Chaqueta de Hence, camiseta de Reef, pantalón de Mango Man, zapatillas de Veja, calcetines de Cóndor, reloj Calvin Klein Posh, de Calvin Klein. Americana de algodón orgánico y jersey de cuello vuelto, ambos de Hence. El pelo se ha fijado con el gel Going Strong, de House 99.