‘Spam’ en la leyenda negra
Ningún país debería estar orgulloso de su historia sino de la forma en que la digiere
Si uno tiene la suerte de probar la comida típica de la isla de Okinawa (lo que no resulta nada sencillo fuera de Japón), encontrará pescados deliciosos y extraños, así como algas que nunca imaginó que se pudiesen ingerir. También se topará sorprendentemente con una recalcitrante presencia de spam, esa mezcla grasienta de carne y cosas en lata que, gracias a un sketch de los Monty Python, se convirtió en sinónimo del correo basura en Internet. La irrupción del spam en la gastronomía de la isla del sur del Japón responde a la herencia de la Segunda Guerra Mundial: fue la única parte del territorio nipón invadido por Estados Unidos y resultó arrasado durante el conflicto. Sus habitantes sufrieron terriblemente y padecieron una hambruna que se prolongó durante la posguerra. Las raciones de los soldados, que incluían el spam, formaron parte del sustento de la población civil. Y allí se quedó. Al final, la historia de cualquier país es un poco así: restos de violencia, hambre y guerras que, qué remedio, nos tenemos que tragar.
No todos los países tienen una leyenda negra, pero desde luego todos esconden una historia negra con la que deben lidiar. Steven Pinker lleva años tratando de convencernos de ello con libros como Los ángeles que llevamos dentro, en el que describe tal panoplia de horrores en el pasado que el presente gana en cualquier comparación. La Edad Moderna, donde se concentra parte de la famosa leyenda negra española, fue seguramente la época más violenta y salvaje de la historia: durante la guerra de los Treinta Años, que implicó a casi todos los países del continente, el Sacro Imperio perdió a una cuarta parte de su población.
Otra cosa es que, como refleja ahora una exposición sobre la guerra de Flandes que se acaba de inaugurar en Ámsterdam, coordinada por el Instituto Cervantes y el Rijksmuseum, los mitos sobre los que se asientan algunos países se hagan a costa de otros y que el norte protestante de Europa se haya cebado con la España católica para enterrar sus propias vergüenzas. Ningún país debería estar orgulloso de su historia remota, sino de la forma en que la ha digerido, superado y estudiado en su presente, como los trozos de spam incorporados a la gastronomía de Okinawa.
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