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Columna
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El triángulo de Quebec

Cabe suponer que, si ahora ha quedado dibujado, será porque todos están dispuestos a respetar el campo y las reglas del juego

Jorge Galindo
El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y el primer ministro canadiense, Justin Trudeau
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El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, y el primer ministro canadiense, Justin Trudeau ________________________________________ BALLESTEROS / EFE

"Quebec es un ejemplo de que la política puede buscar soluciones", dijo el presidente Sánchez en Montreal. Y sí, el caso quebequés trae enseñanzas para cualquier país que lidie con la posibilidad de una secesión. Pero son más, y más complejas, de lo que algunos pretenden.

Para empezar, los canadienses mostraron que es artificial distinguir entre soluciones políticas y jurídicas. Cualquier ley es producto de una negociación entre representantes elegidos dentro de un territorio soberano. También aquellas que obligan al respeto por quienes las hacen cumplir. En el Canadá de los años noventa se recurrió a un fallo del Tribunal Supremo que determinó nítidamente que la secesión unilateral no era posible bajo la Constitución ni la ley internacional, y que la secesión negociada solo sería viable previa reforma constitucional.

A esto hay que añadir que los instrumentos democráticos solo tienen sentido dentro de un marco de soberanía. Antes que escoger una pregunta, un umbral de mayoría, o siquiera de plantear la posibilidad de un referéndum, es imprescindible delimitar quién tiene el poder de decidir sobre todo ello. No de votar en el plebiscito, no, sino de diseñarlo. El Gobierno se basó en el fallo del Supremo para su Ley de Claridad, en la cual es el Parlamento canadiense y el conjunto de las provincias quien mantiene poder de veto sobre todo ello. En otras palabras: la soberanía podría llegar a ser de Quebec en algún momento, pero inicialmente reside sobre el conjunto de la ciudadanía de Canadá.

Hay un último aspecto fundamental: el mencionado fallo del Supremo contemplaba la posibilidad de que una parte del territorio quebequés decidiera quedarse en Canadá, admitiendo por tanto que la secesión era una calle de doble carril que debía garantizar el derecho de las minorías en el interior de Quebec.

Estos tres puntos forman un triángulo que acota cualquier solución política: debe partir de la ley actual, así como del poder de veto de quienes decidieron sobre ella (la ciudadanía española soberana), con lo que se mantiene también la capacidad de decisión de la porción no independentista de Cataluña. Es cierto que el anterior Gobierno ni siquiera delimitó el triángulo. Pero no lo es menos que el Govern decidió salirse del mismo, sin éxito. Cabe suponer que, si ahora ha quedado dibujado, será porque todos están dispuestos a respetar el campo y las reglas del juego. @jorgegalindo

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Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

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