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Columna
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Resentimiento

El PP tendrá que valorar si realmente la guerra sin cuartel al Gobierno es el camino adecuado para su recuperación

Josep Ramoneda
La portavoz del PP en el Congreso, Dolors Montserrat, durante su intervención en el pleno del Congreso de los Diputados.
La portavoz del PP en el Congreso, Dolors Montserrat, durante su intervención en el pleno del Congreso de los Diputados.FERNANDO VILLAR (EFE)

Más allá de las expectativas de voto, muy volátiles en estos tiempos, la encuesta del CIS ofrece datos relevantes sobre la insatisfacción de los ciudadanos con la política. Son amplia mayoría (75,9 por ciento) los que piensan que en el Parlamento no se discuten los problemas reales de la población y los que se muestran insatisfechos con el actual funcionamiento del régimen (54,8 por ciento). La queja se repite. Y los partidos se resisten a perder sus malos hábitos.

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España tiene muy serios problemas en la agenda. Y no sólo el recurrente conflicto catalán, que se utiliza demasiado a menudo para esconder la impotencia de los gobernantes en materia de economía y sociedad. Envolverse en la bandera y levantar la voz es muy fácil y garantiza el aplauso de la hinchada. Pero los problemas no se resuelven a gritos sino con soluciones. El Gobierno socialista vive en la precariedad. Como el propio Pedro Sánchez ha dicho, trabaja en régimen de “corresponsabilidad entre Gobierno y Parlamento”. Sin duda, ha cometido ligerezas, especialmente en su puesta en escena en que el afán por el impacto comunicacional gestó un Gobierno cargado de mensajes de renovación y cambio de época, pero no suficientemente mesurado en los detalles, lo que se está traduciendo en un alarmante carrusel de dimisiones. Pero Sánchez ofrece distensión y busca alianzas constructivas para afrontar los problemas más graves.

La respuesta del PP y Ciudadanos es el bloqueo y la bronca. El resentimiento es una de las bajas pasiones mejor repartidas y al PP le sale por los poros. Todavía no ha asumido que perdió el Gobierno por su culpa. Cayó por la corrupción y por la arrogancia. Y si no sigue en el poder es porque Mariano Rajoy lo quiso así. Si hubiese dimitido la vigilia de la moción de censura, hoy habría un presidente del PP. El relevo en el partido tuvo poco lustre. Y la impaciencia, alimentada por su rivalidad con Ciudadanos, le ha impedido una reconstrucción serena y solvente. Casado necesitaba tiempo y ha preferido el acoso y derribo al Gobierno, con el apoyo de su íntimo enemigo: Ciudadanos. La lucha de machos por la hegemonía en la derecha y por tumbar al PSOE se ha impuesto sobre el interés general. Hasta el punto de bloquear la aprobación de unos presupuestos que permitirían aumentar en seis mil millones de euros el gasto social.

Convertir el Parlamento en campo de batalla verbal permanente puede tener algún rédito mediático. Pero leyendo la encuesta del CIS parece que el club de fans de les refriegas parlamentarias se limita a los más convencidos. La mayoría reclama empatía, reconocimiento y soluciones. El PP tendrá que valorar si realmente la guerra sin cuartel al Gobierno es el camino adecuado para su recuperación. El resentimiento cansa y corroe al que lo practica.

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