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Alterconsumismo
Coordinado por Anna Argemí

Crea tu propio 'souvenir'

De cómo triunfar con el 'hazlo tú mismo' incluso en período estival

Petras Gagilas
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¿Quién no ha vivido ese momento estresante de final de vacaciones cuando descubres que te has olvidado de “comprar un recuerdo” para la familia o los amigos? Presa del pánico, entras en la primera tienda de souvenirs que te sale al paso y a menudo escoges algo no por convencimiento sino por obligación y por eliminación: un objeto que no sea ni demasiado caro ni demasiado horroroso. Algunos están interesados en que compremos souvenirs, pero ¿significa eso que tenemos que hacerlo? ¿Por qué no apuntarse al DIY (do it yourself, hazlo tú mismo) incluso en verano? O incluso, simplemente, aprovechar los regalos que nos ofrece la tierra.

Mi hijo mayor, por ejemplo, colecciona piedras. ¿Qué mejor recuerdo de la montaña que un pedrusco peculiar? Y además, más barato, imposible. Yo por mi parte soy fan de pasear y recoger del suelo piñas de pino. Me encanta decorar la casa con elementos vegetales porque los encuentro de una belleza excepcional y además me permiten recordar el paseo y el paisaje.

Este verano he compartido unos días con un grupo de amigos en la alta montaña. Algún día después del paseo vespertino volvían a casa con frambuesas silvestres, con moras o con hojas de verbena, por citar unos ejemplos. La fruta la transformaron en confitura. Y las hojas de verbena las colocaron en saquitos. Todo ello para regalar a los amigos al volver a casa.

Otra tarde se reunieron unos cuantos para hacer tarjetas postales con lápices y rotuladores con la idea también de llevarse un recuerdo y quizá regalar la imagen a alguien. Por un momento me pareció una idea “infantil”. De hecho yo animo a menudo a mis hijos a decorar cartulinas y convertirlas en tarjetas de felicitación para la familia y los amigos, pero de hecho no espero para nada que sean mínimamente bonitas. Me conformo con que vayan a tocar la fibra sensible del receptor.

Mis amigos tuvieron la idea genial de organizar una mini-exposición particular, abierta sólo para nosotros mismos

Pero en realidad todos hemos aprendido en algún momento de nuestra vida a escribir y a dibujar, sólo que hemos perdido la costumbre por el uso y abuso de ordenadores y por relegar la escritura y el dibujo a actividades “escolares” no propias del adulto. Una vez conocí a una persona que creía firmemente que incluso la lectura era sólo para los niños. Sin comentarios.

Mis amigos consiguieron hacer postales realmente artísticas. Claro está que escogieron una cartulina de calidad, se miraron algún vídeo tutorial en Internet y se agenciaron buenos lápices y rotuladores. Pero yo creo que sobre todo se tomaron la actividad en serio y creyeron que iban a hacerlo bien. No como yo con mis niños cuando los abandono ante la hoja blanca.

Pixabay

Una amiga propuso iniciarnos en el arte de hacer media. Pensé de entrada que se sentarían junto a ella otras madres hacendosas. Cuál fue mi sorpresa al descubrir entre el grupo de tejedoras a mi hijo de 9 años. Consiguió tejer varios puntos de libro y algunas cintas coloreadas de lana. Una de ellas cuelga del llavero de mi marido. Otra niña de la misma edad que mi hijo se hizo un saquito de lana para el invierno.

Mis amigos fueron aún más audaces en creatividad. Y yo también con ellos. Donde nos alojábamos había un taller de alfarero y nos permitieron crear nuestras propias piezas de cerámica a partir de arcilla roja. Me sorprendí de nuevo con pocas expectativas respecto al resultado al llegar al taller. Pero a lo largo de los días y de las horas pude ver a adultos y a niños por igual atentos al giro del torno, como si les fuera la vida en ello, guardando un silencio sepulcral, dispuestos a concentrarse para malear la arcilla a su antojo. Al final consiguieron realizar piezas resultonas y coquetas.

Antes de separarnos para volver cada uno a casa mis amigos tuvieron la idea genial de organizar una mini-exposición particular, abierta sólo para nosotros mismos. La verdad es que durante los días que pasamos juntos yo no había tomado conciencia del trabajazo que muchas personas, niños y adultos, habían hecho por el placer de hacerlo y a menudo con la idea de obsequiar a alguien. Pequeñas obras de arte (en minúscula) para la familia y los amigos, de poco valor en el mercado, invendibles muchas de ellas, pero mucho más interesantes que cualquier pieza que podamos encontrar en una tienda “oficial” de souvenirs.

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