Recursos
¿Qué se quiere decir de Ada Colau cuando se la señala por reírse en el homenaje a las víctimas? ¿Que está detrás del atentado? ¿Que le divirtió?


Está ya Operación Nenúfar en Netflix, el documental sobre el caso Asunta que Bambú estrenó el año pasado en Antena 3. Es un trabajo impresionante que aporta tantas novedades que el espectador puede pasar por alto una imagen famosa: la de la madre de Asunta, sospechosa de matar a su hija, sonriendo durante el registro policial de su casa. Es la imagen de recurso por excelencia; ya saben, esos vídeos o fotografías que ocupan la pantalla mientras se escucha la voz periodística en off en los programas de televisión. Una señora riéndose mientras la policía busca pruebas que la incriminen es una imagen aprovechable toda ella; ahorra el juicio, llena minutos de tertulias y azuza el juicio popular, que consiste siempre en ponerse en el lugar del detenido: “Yo, si no hubiera hecho nada, estaría destrozado”. “Hay que tener mucha puta cabeza para ser juez”, dice Spud en Trainspotting. No: hay que sentipensar.
Las caras editorializantes son fenómenos viejos. Hace unos días tuvo éxito una fotografía de Marcos Moreno en EL PAÍS que muestra a Pablo Casado haciendo un gesto extraño, como de fastidio, en su visita a los inmigrantes de Algeciras. Era un gesto dado a interpretraciones, por tanto un gesto suyo que solo él podía saber a qué obedecía; para su desgracia, encajaba con la política migratoria de su partido, ¿pero no se estaría simplemente cagando? (su gesto era el gesto universal del apretón), ¿no habría recordado que se dejó algo al fuego?, ¿no podría haber escuchado en ese momento un comentario de alguien que no le gustó? El contexto de la visita y sus propias declaraciones asentaban sin embargo una interpretación política de éxito fulminante: a Casado lo habían pillado in fraganti haciendo un gesto de “qué estoy haciendo yo aquí, menuda chusma”.
Son ejemplos ilustrativos cuya difusión se explica porque los protagonistas ponen, en algún momento, la cara que sus detractores esperan de ellos: dos gestos que delatan el crimen en la primera y la siempre sonriente hipocresía del segundo. Hay algo de debilidad en apoyarse en tales cosas: pareciera que se necesitase de algo más, circunstancial y sin base, para demostrar lo argumentado con criterios de peso. Pero ni para eso, salvo que se quiera decir que ella está detrás de los atentados o que le divierte que haya asesinado, sirve la utilización, reiterada y entre puntos suspensivos (el signo de puntuación que más basura moral puede acumular, siempre con las manos lavadas en alto y sonrisita de yo no digo nada) de las imágenes la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, sonriendo durante el homenaje a las víctimas de los atentados terroristas ocurridos hace un año. Exactamente, ¿qué se quiere decir?
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