La lección de Praga
Tampoco los hombres del 68 pudieron reemprender el camino de la Primavera en Checoslovaquia con la democracia
Cuando en el curso de un homenaje académico a Jorge Semprún, en la Universidad de Rennes, alguien comentó el papel desempeñado por el escritor sobre la Primavera de Praga, avivando la confianza en un comunismo democrático, cabía esperar una reacción negativa. Una vez expulsado del PCE por Santiago Carrillo en 1965, había adoptado ya una durísima actitud crítica que culminará en la Autobiografía de Federico Sánchez. Sin embargo, aceptó el envite, e incluso procedió a explicar la aparente contradicción. De un lado, la invasión del Pacto de Varsovia y la proclamación por Brezhnev de la soberanía limitada de las democracias populares eliminaba definitivamente toda expectativa de cambio en el “socialismo real”. De otro, la experiencia de un socialismo pluralista —con asociaciones políticas, no partidos, fuera del comunista—, más libertad de expresión y apoyo masivo a los dirigentes, abría una posibilidad clausurada desde el fin de los frentes populares. Su propia elección, para protagonizar el film testimonio La confesión, de dos figuras emblemáticas de la izquierda —Yves Montand y Simone Signoret—, incorporaba un mensaje subliminal en ese sentido.
La tragedia del pueblo checoslovaco tuvo, además, el contrapunto de una intensa movilización pacífica, cuyos herederos fueron los intelectuales firmantes de la Carta 77, despertar de una oposición, encabezados por Vaclav Havel y apoyados en los líderes supervivientes de la represión: Alexander Dubcek, relegado a la administración de bosques, o el teórico Zdanek Mlynar, exiliado entre tantos más.
Semprún no se hubiera fiado de Carrillo, y con razón, pero lo cierto es que gracias a su rotunda toma de posición y a la de Dolores Ibarruri, dispuesta a cantarle las cuarenta al propio Brezhnev, el PCE llegó a su más alta ocasión en defensa de la democracia y contra el imperialismo soviético. La ruptura con los comunistas checos que protagonizaron “la normalización”, el vasallaje a Moscú, duró hasta que con Anguita volvieron a ser los camaradas de siempre. Tanto en el caso español como en el italiano, la Primavera de Praga fue la premisa indispensable para la fugaz aparición del eurocomunismo, un comunismo reformador, comprometido con la democracia y enfrentado a la tradición estaliniana.
El PCI cayó víctima de la maraña político-criminal en Italia y de la crisis económica. El español, de la tensión insuperable entre la decidida opción democrática de Carrillo para España y su fidelidad al legado de Stalin en la concepción del partido. Más la crisis. Fue, a pesar de todo, una autodestrucción fructífera para nuestro país, aunque desde ese fracaso acabaran regresando hasta hoy, ya en el margen del sistema, aquellos que llamábamos moscuteros. Tampoco los hombres del 68 pudieron reemprender el camino de la Primavera en Checoslovaquia con la democracia. Sueño perdido.
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