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MIRADOR
Columna
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Tragar sapos

Es la selección natural ayudada por la selección artificial

Javier Sampedro
Rhinella marina.
Rhinella marina. © GETTYIMAGES

La idea parecía buena, y al fin y al cabo estaba inspirada en unas tecnologías agrícolas casi tan viejas como la propia agricultura: domesticar gatos para que se comieran a las ratas, luego perros para que se comieran a los gatos, y así sucesivamente. En las plantaciones de caña de azúcar del norte de Australia, el gran problema en las primeras décadas del siglo XX era la plaga del escarabajo de la caña, un nativo australiano con una inusitada voracidad por ese dulce cultivo de origen americano. Así que los dueños de las plantaciones decidieron importar al mayor tragaldabas de escarabajos que se conocía en el mundo: el sapo de caña (Rhinella marina),tan americano como el propio cultivo azucarero y que parecía ejercer un buen control de plagas no solo en Sudamérica y Centroamérica, sino también en las islas del Pacífico donde se había introducido.

Así pues, los azucareros australianos importaron desde Hawai 102 sapos de caña en junio de 1935. En solo dos meses mantenidos en cautividad, los sapos se reprodujeron tan bien que los cultivadores pudieron soltar 3.000 ejemplares por las plantaciones del norte. Hoy ya son unos 200 millones, y en su avance hacia el Oeste incluso ha evolucionado para tener unas patas más largas que le permitan llegar más lejos. Lo que en los años treinta parecía una técnica natural de control de plagas se ha convertido en una de las mayores pesadillas para la fauna local australiana, y en particular para el simpático quoll, o cuol, un marsupial del tamaño de una ardilla que es lo bastante ceporro como para comerse a esos sapos asquerosos, que pueden medir 15 centímetros y pesar hasta más de dos kilos. Como son muy venenosos, los quolls están desapareciendo del mapa debido a sus pésimos hábitos alimentarios.

Como en el caso de otras especies invasoras, erradicar al sapo de caña del continente oceánico parece imposible. Pero los ecologistas han tenido una idea rompedora que, al menos, puede salvar de la extinción al quoll. Con tanto sapo tóxico por todas partes, los naturalistas han podido detectar un pequeño número de quolls que han desarrollado una aversión natural a tragar sapos. Los investigadores los han seleccionado, los han cruzado entre sí y con otros ejemplares y han comprobado que el disgusto por tragar sapos se transmite a su prole. Ahora los están mezclando con las poblaciones del campo. Si todo va bien, el quoll se salvará por un método simple y eficaz de evolución acelerada. Es la selección natural ayudada por la selección artificial.

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