_
_
_
_
_
el médico de mi hij@
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Esto es lo que puedes hacer para que tu hijo no se pierda este verano

Los menores tienen que estar seguros y protegidos siempre, pero también deben de sentirse libres y notar la tranquilizadora cercanía de sus padres

getty

Durante el curso las rutinas diarias de levantarse, desayunar, salir corriendo al cole, vuelta a recogerles siempre a la misma hora, extraescolares, deberes, baño, cena y vuelta a dormir nos protegen y protegen a los peques del temido descuido de olvidarnos de ellos.

Vivimos tan acelerados que no es raro que en algún momento de despiste el niño desaparezca, a veces son milisegundos, una esquiva mirada, un suspiro, un bostezo, pero ese leve parpadeo hace que el niño no esté cuando volvemos a recuperar la compostura. No voy a entrar en el abandono flagrante o el niño diluido en una familia supernumerosa como en la película Solo en casa, analizaremos por qué y cómo evitar estos sustos que todos hemos vivido o que en algún momento podríais vivir.

Más información
Así es el virus de la bofetada en niños y su efecto en los adultos
Enseñar a los padres a cuidar para reducir la saturación de los pediatras

Confieso que a mí se me olvidó mi hijo un par de veces, no más, y este aún hoy me lo recuerda, se me olvidó ir a buscarlo al colegio por el nefasto cambio de horario de verano y me llamó el director para saber si iba a ir o se lo llevaba él a casa para darle de comer. En fin, un desliz. El caso es que los niños se pierden y ahora que no hay rutinas, que hay aglomeraciones de gente o estamos en sitios extraños de vacaciones es más fácil que los peques se despisten porque tienen que explorar recónditos lugares, o por la felicidad de poder correr libremente en cualquier dirección o simplemente porque les gusta jugar al escondite.

El susto es mayúsculo, seguro. El niño no está, ¿cómo se lo dices a su madre? Esto me parece que puede crear alguna tensión conyugal, fijo. Estás en un centro comercial, solo estabas mirando los estantes de las bombillas, que hay que hacer un cursillo para elegir la buena y cuando te das la vuelta, el peque ha desaparecido. Seguro que está al lado en el lineal de los juguetes o lo que es peor en el de grandes herramientas que le apasionan. Todos tus sentidos se hipertrofian; vista escrutadora de Terminator, oído como el de los murciélagos emitiendo ondas de sonar incluso, el ambiente se hace palpable y puedes detectar el vacío dejado en el aire por donde ha pasado, olfato, esto no tanto, menos mal que se hizo caca al entrar en el super y va dejando rastro, el gusto aquí no vale para mucho porque se te ha quedado la boca seca y es difícil tragar saliva. En cinco eternos segundos allí vuelve a estar con un martillo enorme pidiendo que se lo compres. Salen a borbotones las emociones, ninguna de ellas descriptible en este medio, pero un suspiro de alivio te vuelve a la normalidad, algo habrá que decirle para que no se repita.

Niño, ¿tú que quieres, buscarme la ruina, que se entere tu madre y me monte un lío? Como te vuelvas a perder...

El niño en cuanto viene su madre le dice, mamá, me he perdido y no encontraba a papá, he tenido mucho susto.

Chivato.

Centros comerciales, calles con mucho tránsito, piscinas públicas o la playa son lugares idóneos para que un menor pueda perderse y tener un susto mucho más serio.

Cualquier situación es difícil de admitir, pero quiero destacar tres entornos especialmente graves para perder u olvidar a un crío:

Habrá que trazar un plan, habrá que tomar medidas para que no suceda, cuando los cinco sentidos no son suficientes, tendremos que conseguir esas rutinas para que el niño esté seguro, empezando por qué aprenda a nadar lo más temprano posible y así ya quitamos un peligro.

A los niños pequeños les gusta mucho ir con sus padres, pero tienen vida propia y a veces lo olvidamos. Son exploradores y curiosos por naturaleza, cualquier cacharro o cualquier dibujo puede hacer que su interés se dispare y su instinto Indiana Jones se despierte para averiguar y capturar eso que les llama su atención, o al revés padres acelerados pueden distraerse ante los estímulos veraniegos varios y olvidar por un instante que una vez fuimos padres.

Si tienes dos, tres o más peques los sentidos se multiplican, a veces te gustaría llevarlos cual cordada de presos, pero el objetivo es parecerse al guardaespaldas, o al poli sabueso, que persigue a un sospechoso a una distancia prudente para no ser detectado. Los menores tienen que estar seguros y protegidos siempre, pero deben de sentirse libres y notar la tranquilizadora cercanía de sus padres.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_