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Tribuna
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Unidos en la división

Ante la polarización de la UE habrá que esperar tiempos mejores para el proceso europeo

Angela Merkel y Emmanuel Macron en un encuentro en Alemania.
Angela Merkel y Emmanuel Macron en un encuentro en Alemania.Michele Tantussi (Getty Images)

En marzo del año pasado la Comisión Europea lanzó su Libro Blanco con cinco escenarios para el futuro de Europa. Una coyuntura favorable con vientos de cola (recuperación económica, bajos precios de la energía, política monetaria expansiva) junto a la victoria de Macron hacían pensar en la posibilidad de reformar el proyecto europeo. Se abría entonces una ventana de oportunidadque duraría al menos hasta la primavera de 2019, cuando la consumación del Brexit y las elecciones europeas complicarían cualquier decisión colectiva.

¿Dónde estamos quince meses después? Sobre el papel, las condiciones son mejores. La sacudida del Brexit ha sido gestionada desde la unidad. El Eurogrupo alcanzó un acuerdo para comenzar a pasar página del tercer rescate griego. En migraciones, las llegadas por el Mediterráneo se han reducido alrededor del 80% desde máximos en 2015 mientras que las demandas de asilo se redujeron un 44% en 2017. Las cifras de víctimas en el Mediterráneo también han disminuido pero siguen siendo escalofriantes.

Sin embargo, la ventana amenaza con cerrarse y los valores europeos viven una de sus horas más aciagas. Las fracturas se han afianzado: Norte-Sur en el caso del futuro de la Eurozona; Este-Oeste en el ámbito de las migraciones. La novedad es que Italia, antaño cuna del europeísmo, ha pasado a ingresar las filas euroescépticas con su xenófobo ministro de interior Salvini a la cabeza. Su estrategia parece surtir efectos y las encuestas sitúan a su partido, la Lega, como primera fuerza en Italia. Sebastian Kurz, joven canciller austríaco que gobierna apoyado por cinco ministros de extrema derecha, ha propuesto un “eje” (sic) antiinmigración Viena-Roma-Berlín. En el caso alemán, el eje pasaría más bien por Múnich, donde la CSU, el partido hermano bávaro de la canciller Merkel, ha desestabilizado el gobierno de Berlín lanzando un ultimátum antiinmigración.

Mientras que se ha analizado hasta la extenuación la crisis de la socialdemocracia europea, se ha prestado menos atención a la crisis del centroderecha tradicional. Muchos partidos conservadores, antaño europeístas, hoy colaboran con la extrema derecha y fomentan políticas de identidad y el unilateralismo, acercándose al modelo Orbán. También algunos liberales, como el primer ministro neerlandés Rutte, se muestran contrarios a cualquier avance en la integración. Entretanto Trump ha ido deshaciendo el legado de Obama y ha lanzado una guerra comercial en la que la UE no goza de ningún favoritismo.

En este contexto, lograr avances en los dos cuestiones existenciales para el futuro de la UE (migraciones y euro) se atisba complicado. Y ambas necesitan respuestas europeas. Macron se ha ido quedando solo y cuenta con escasos apoyos más allá de la península Ibérica y de las concesiones que es capaz de arrancar de Berlin. En el caso del euro, el acuerdo franco-alemán de Meseberg es un paso en la dirección adecuada. Sin embargo, cuando se baja al detalle la ambición es escasa, aplazándose la tercera pata de la unión bancaria, el sistema de garantía de depósitos. Un acuerdo relevante pero de mínimos que no asegura estar preparados para la próxima crisis.

En cuanto a migraciones, la crisis de gobierno en Alemania y casos como el Aquarius han relanzado el debate pero las posiciones de partida siguen siendo antagónicas. Los países mediterráneos quieren reformar la regulación de Dublín y obtener apoyo en la gestión de la frontera exterior de la UE. Mientras Hungría, Chequia y Polonia rechazan de plano las cuotas de reparto de refugiados. El objetivo ahora es alcanzar un acuerdo transitorio probablemente basado en acuerdos bilaterales entre Estados y movilizar más recursos, mientras se estudia crear centros en los que diferenciar entre migrantes económicos y refugiados.

La lección es que tanto para el euro como en política migratoria se construyeron casas bellas, a base de voluntad política, pero de débil techumbre en caso de tormenta. Se puso en marcha la libre circulación de personas sin incorporar una verdadera política común de asilo e inmigración, lo que genera la inestabilidad actual. Se lanzó el euro pero la falta de una unión fiscal llegó a poner en peligro la supervivencia de la moneda única. La cumbre de hoy y mañana debería ser el momento propicio para cambiar el techo de ambas casas. Ante la gran polarización que vive la UE probablemente tendremos que conformarnos con unos apaños y esperar a mejor ocasión.

Álvaro Imbernón es investigador en Quantio y profesor asociado en la Universidad Nebrija.

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