Tronistas
Como dice una hermosa canción: el mundo perfecto no es perfecto, solo está lleno de mentiras
Un guionista bohemio y sablista contaba siempre la ocasión en que tras pelearse con el camarero de un bar acabó con el brazo roto e ingresado por varios días en una clínica privada. Sin dinero para pagar el alta y marcharse a casa iba telefoneando a todos sus conocidos con posibles. Finalmente, fue el actor Fernán Gómez el que se presentó en la clínica y pagó la cuenta. Cuando el malherido quiso darle las gracias, Fernando le frenó y le dijo: Gracias a ti por permitirme el lujo de ejercer de amigo. No sé muy bien por qué he vuelto a pensar en esta anécdota minúscula en relación con la inmigración ilegal, envuelta en polémica tras los barcos cargados de náufragos recogidos en alta mar que el Gobierno italiano ha decidido rechazar en sus puertos y la dinámica de Trump de separar a los niños de sus padres tras detenerlos por cruzar ilegalmente la frontera.
El presidente norteamericano nos tiene acostumbrados a decir y hacer cosas y sus contrarias con la autoridad que le concede la irreflexión y la inconsecuencia.
Dio marcha atrás porque la crueldad no es fotogénica, pero se ha reafirmado en el desprecio por los mexicanos vecinos. El ministro del Interior italiano Matteo Salvini se pavonea de modo similar y su descalificación de los gitanos es aterradora. El presidente Orban en Hungría ha decidido multar a quienes ayuden a los inmigrantes ilegales, y en Austria lo quieren emular. Es normal que la seductora política del “nosotros primero” desencadene este tipo de reacciones de impotencia disfrazada de prepotencia. Si echar el cerrojo de casa funcionara para liberarte de los malditos pobres, ya lo habrían aplicado líderes más dotados que ellos. En las urbanizaciones de lujo de los países con grandes desigualdades, los más ricos no encuentran felicidad y calma tras las barreras de guardias armados, sino miedo y autosecuestro.
Estos políticos actuales han modelado su lenguaje al gusto de la televisión. Hay tertulias donde se iguala lo razonable y lo abyecto como si compitieran por un mismo fin, como los concursos y competiciones mal llamados de realidad, donde destaca el exhibicionismo, el pavoneo y la agresividad, imponiendo un perfil social del abusador sin complejos. Estamos ante una perversión que consiste en políticos que llaman a los demás hipócritas por no atreverse a encorajinar al cerdo que todos llevamos dentro. Vejar al otro puede que sea un impulso sincero, pero empobrecedor. Ayudarlo, en cambio, quizá sea la única manera de proponer un futuro que no repugne. Como dice una hermosa canción: el mundo perfecto no es perfecto, solo está lleno de mentiras.
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