De entre todas las pancartas, la de ‘juntas y fuertes’
Del tufo que desprende este caso, podemos salvar la sensación de pegamento, la certeza de que ya no hay nada que nos pueda empujar, ni hacia un lado ni hacia atrás
La tormenta se produjo en menos de dos horas. Cuando la Audiencia Provincial de Navarra decidió este jueves dejar en libertad provisional a los cinco miembros de La Manada, el fogonazo a través de las redes sociales fue inmediato, la respuesta en la calle también: Pamplona, Barcelona, Santiago de Compostela, Bilbao, San Sebastián… Las mujeres, tan hartas como dispuestas a dejar de estarlo, no tardaron en volver a la carga, pacífica, de las plazas, las voces y las pancartas. Vuelven a hacerlo la tarde de este 22 de junio en decenas de ciudades.
El pasado 26 de abril, la sentencia de esa misma sala de Pamplona condenó a José Ángel Prenda, Alfonso Cabezuelo, Antonio Manuel Guerrero, Jesús Escudero y Ángel Boza a nueve años de cárcel por un delito continuado de abusos sexuales con prevalimiento a una joven durante la primera noche de los sanfermines de 2016. 58 días después ha decidido dejarlos libres. El respingo, la sorpresa, la confusión y la incomprensión son generalizadas, la indignación también, y los por qués y los cómos vuelven a bullir.
En abril, la sociedad se preguntó cómo era posible que la sentencia condenase por abuso sexual lo que los hechos probados describen como una violación; las manifestaciones se repitieron durante días, se pronunciaron los partidos políticos, psicólogos y psiquiatras, juezas, jueces, la abogacía, expertos y expertas en violencia de género. Se pronunció, incluso, la Policía Nacional. La ONU. Quedó claro que la calle y la justicia no caminaban, ni caminan, al mismo paso.
Ahora, ni siquiera dos meses después y con aquella cicatriz sin secar del todo, de repente, La Manada se puede marchar a casa —bajo fianza de 6.000 euros— porque el sistema judicial no ve riesgo de fuga, de destrucción de pruebas ni de reiteración del delito. Ellos esperarán libres una sentencia firme que puede tardar meses, muchos, ya avisaron todas las partes que agotarían todos los recursos posibles.
La pregunta que ahora retumba en la calle es por qué quienes condenaron a nueve años de prisión hace ocho semanas ahora permiten la libertad de cinco hombres que durante algo más de media hora metieron a una chica en un portal y la penetraron, vaginal, bucal y analmente y de forma repetida, la grabaron, le hicieron fotos, le hurtaron el móvil cuando terminaron y alardearon poco después de ello en sus grupos de WhatsApp.
Por qué no ven riesgo de reincidencia en un grupo que, según dijeron sus propios amigos aquel verano de 2016, se comportan así de manera habitual. Por qué si cuatro de ellos están siendo investigados por otro caso de abusos sexuales en Pozoblanco (Córdoba). Por qué si ninguno ha mostrado arrepentimiento en ningún momento. Por qué no va a reincidir alguien en algo que cree que está bien y que además se considera víctima y no victimario.
El sistema judicial, otra vez, se ha puesto de frente a la sociedad y no con ella con una decisión que ajustándose a derecho se ciñe más bien poco al paso rápido que ha cogido esa misma sociedad en la consecución de una lucha justa: la del feminismo, la de la igualdad, la de las mujeres. Lo positivo de la democracia es que su ciudadanía tiene libertad para pronunciarse cada vez que considera que se vulneran sus derechos, y lo hace, cada vez más alto y con más músculo, cuando lo que se tambalea es la dignidad, la credibilidad y la protección de las mujeres víctimas de violencia sexual.
El caso de La Manada supuso un bofetón con la mano abierta a la sensación de mayor o menor seguridad que pudiésemos haber alcanzado en las calles, a la culpabilización de las víctimas y a la respuesta legal a esas víctimas (entre otras tantas cosas), pero también fue un espoleo crucial para el basta y para el movimiento. Las mujeres lo iniciaron y ahora, cada vez que atisban o reciben otro revés, se posicionan en bloque —es una de las formas de eso que llamamos sororidad—, y la sociedad las acompaña, la voluntad política las acompaña, los medios de comunicación las acompañan.
Faltan muchas cosas, pero como inminente, en este ámbito que es el de la protección de la integridad de la mitad de la población, urge que la justicia coja carrerilla para alcanzarnos. Y mientras, que empiece el remango para tocar la piedra rosetta de este avance ya inevitable, la educación; a todos los niveles y en todos los sentidos para que, a todos los niveles y en todos los sentidos, seamos capaces de mirar y ver sin prejuicio a la mitad de la población y sin perjuicio de la mitad de la población, que ya ha cerrado filas.
De entre todo el tufo que desprende este caso, podemos salvar la sensación de pegamento, la certeza de que ya no hay nada que nos pueda empujar, ni hacia un lado ni hacia atrás. Esa pancarta entre cientos de pancartas que llevaba escrito juntas y fuertes.
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