Primavera negra
El acuerdo con Kim Jong-un es el modelo de una diplomacia sin instituciones multilaterales ni reglas
La cumbre vacía de Singapur culmina la primavera más intensa de Donald Trump. En apenas un mes y medio ha conseguido superar todas las plusmarcas en cuanto a demolición de instituciones del orden internacional vigentes desde 1945. Desde el 8 de mayo ha destruido el acuerdo nuclear con Irán, ha reconocido Jerusalén como capital de Israel, ha impuesto aranceles al acero y el aluminio a sus vecinos y aliados y ha dinamitado el G7, la cumbre en la que los países más ricos intentan esbozar un principio de gobernanza mundial.
El destrozo no tiene parangón, ni en intensidad ni en rapidez. La retirada del pacto climático de París o la renuncia a firmar el Tratado Transpacífico fueron apenas los prolegómenos de la erupción de esta primavera, tan negra para el multilateralismo y la estabilidad internacional. Si en el inicio de la presidencia la principal motivación era dejar a Barack Obama sin legado, ahora es la destrucción de las instituciones del orden mundial lo que está en el punto de mira trumpista. La mayor lesión la sufren las relaciones transatlánticas. Nadie lo ha dicho mejor que el polaco Donald Tusk. Con un amigo así los europeos no necesitan enemigos. Trump es el aliado de Vladímir Putin para fomentar el populismo en Europa, destruir sus instituciones y desestabilizar su vecindario medio oriental.
Ni siquiera la distensión en la península de Corea se sostiene como la cara positiva de una presidencia nefasta. El vacío de los acuerdos, sin compromisos, sin fechas, sin controles, adquiere un significado negativo en cuanto se compara con el pacto nuclear con Irán, denunciado por Trump como el peor de la historia. El comunicado Trump-Kim Jong-un, mera declaración de intenciones sin valor vinculante, es bilateral; mientras que el acuerdo nuclear es multilateral (Rusia, China, Alemania, Francia, EE UU, Reino Unido, además de la UE), tiene valor jurídico y cuenta con la garantía de un severo régimen de inspecciones a cargo de la Agencia Internacional de la Energía.
Irán renunció al arma nuclear, mientras que Corea del Norte se ha limitado a destruir un viejo campo de pruebas. Con los iraníes no ha habido reuniones en la cumbre que comportaran el reconocimiento oficioso del régimen, mientras que con Kim Jong-un la adulación y el apaciguamiento han superado los márgenes razonables en la diplomacia conocida. Nadie se lo hubiera permitido, y Trump el que menos, a ninguno de los sus antecesores del actual presidente cuando negociaron anteriormente con el padre y el abuelo de Kim. Todo se fía, al final, a una relación bilateral, en la que las garantías serán los horizontes de beneficios que surgirán de la actividad inmobiliaria del constructor de Manhattan en las costas norcoreanas.
El acuerdo con un dictador como Kim Jong-un, sin exigencias en derechos humanos ni propósitos de cambio de régimen, es a final de cuentas el modelo de una diplomacia sin instituciones multilaterales ni reglas, que atiende solo al juego entre el dinero y el poder, en el trueque bilateral entre los machos-alfa que encabezan las tribus en un claro de la selva.
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