Prevenidos contra las enfermedades que saltan fronteras
Expertos europeos debaten cómo mejorar la aplicación del Reglamento Sanitario Internacional, la herramienta común para actuar ante las emergencias de salud pública
Cada vez viajamos más, más lejos, en menos tiempo. Y del mismo modo en que nosotros saltamos fronteras, también lo hacen nuestras enfermedades y los vectores que las propagan. El zika, el ébola, el coronavirus MERS… son algunos ejemplos recientes que ilustran la globalización de las enfermedades infecciosas. Hace tiempo que estas emergencias dejaron de considerarse asuntos internos de los países donde se originaban. Y no hablamos solo de enfermedades. Cualquier suceso o situación que entrañe un grave riesgo para la salud pública debe ponerse en conocimiento del resto del mundo. Así lo acordó la Organización Mundial de la Salud (OMS) en 2005, cuando adoptó el Reglamento Sanitario Internacional (RSI). Desde que entró en vigor, dos años después, es vinculante para todos los Estados miembros.
Su aplicación, sin embargo, sigue siendo desigual, y no todos los países cuentan con los mismos recursos para llevarla a cabo. Todos están obligados a crear y mantener estructuras capaces de detectar estos riesgos (vigilancia epidemiológica), prepararse para ellos (con simulacros, elaboración de protocolos, investigación de brotes…) y darles respuesta, pero hay casi tantas maneras de hacerlo como países. Para poner en común las distintas estrategias, la Comisión Europea y el Ministerio de Sanidad griego han reunido en Atenas a expertos de toda Europa en las jornadas Buenas prácticas en la implementación del Reglamento Sanitario Internacional. Antonis Lanaras, experto de la Dirección General de Salud y Seguridad Alimentaria (DG Santé) de la Comisión Europea, resumió este jueves la importancia de prevenir estos riesgos: “Si fallamos en la preparación, nos estamos preparando para fallar”.
Además de las enfermedades, el RSI debe aplicarse a otros riesgos graves para la salud pública de naturaleza biológica —como las resistencias a los antibióticos—, química o incluso medioambiental, explica Lanaras. Y pone como ejemplos de estas últimas la ola de calor que en 2003 provocó 70.000 muertes en Europa y 12 millones de hospitalizaciones, sobre todo de personas mayores, o las erupciones volcánicas en Islandia en 2010, que afectaron a pacientes con enfermedades respiratorias. Todas estas situaciones deben notificarse a la OMS en cuanto el país en cuestión detecta la gravedad del riesgo.
Antes de que se aprobara el RSI, la OMS se regía por una normativa sobre sanidad internacional de finales de los años sesenta que se había quedado desfasada, señala Nirman Kandel, experto del Programa de Emergencias Sanitarias de la OMS. “Fue un cambio de paradigma. De hacer controles únicamente en las fronteras, se pasó a la contención en origen; de aplicar la normativa a un listado de enfermedades, comenzamos a hacerlo con todas las amenazas a la salud pública; las medidas preestablecidas se modificaron para poder adaptarse a cada emergencia y se han concentrado los esfuerzos en aumentar la capacidad de respuesta a nivel nacional”, añade. La OMS pide cada año a los Estados miembros que se autoevalúen en el cumplimiento del RSI, y publica un informe con esos datos.
La Comisión Europea, por su parte, financia y organiza programas para ayudar a los países con menos capacidad y menos experiencia para responder a amenazas
La Comisión Europea, por su parte, financia y organiza programas para ayudar a los países con menos capacidad y menos experiencia para responder a amenazas, como ha hecho recientemente con la acción conjunta llamada EMERGE, que se centra en los patógenos emergentes y altamente peligrosos. “Se trata de enseñar a reaccionar eficientemente ante patógenos que pueden causar brotes graves, para lo cual es básico que la respuesta sea coordinada y que los laboratorios estén preparados”, explicó Roland Grunow, del Robert Koch-Institut (Alemania). Virus como el del ébola o la fiebre de Lassa, o bacterias como las que causan el ántrax o la brucelosis han estado en el punto de mira de este programa. “La mayor parte de los laboratorios participantes funcionaron con un alto nivel de calidad en el diagnóstico”, señaló Grunow. Sin embargo, añadió, “seguimos teniendo un problema con la cuantificación: hay diferentes métodos y distintos estándares de referencia”.
No solo hay que pensar en patógenos que parecen exóticos y más propios de otras latitudes. Ahora mismo al Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades (ECDC) también le preocupa una enfermedad antigua, de esas que tendemos a pensar que quizá pasaron nuestros abuelos pero que ya no pasarán nuestros hijos: el sarampión. Media Europa tiene ahora mismo tasas de vacunación por debajo del 95%, que es el umbral que evita que la enfermedad se extienda, recuerda Massimo Ciotti, director de la unidad de salud pública del ECDC. Según los datos de 2017 de este organismo, el sarampión sigue ocasionando y muertes en Europa, que registró 14.451 casos de sarampión, tres veces más que en 2016, y se cree que la cifra subestima la realidad, especialmente en Rumanía.
De que el RSI no se limita únicamente a las enfermedades da cuenta otro de los planes de acción que ha puesto en marcha la Comisión Europea recientemente. Se trata de la preparación ante amenazas nucleares, radiológicas, biológicas o químicas relacionadas con el terrorismo. “Son amenazas que están ahí. Quizá no sean muy probables, pero tenemos que saber que pueden suceder y estar preparados para ello”, dice Viktor Wojtas, de la Dirección General de Migración y Asuntos de Interior de la Comisión Europea. “Durante años esta no ha sido una prioridad, pero después de sucesos recientes como el ataque de Salisbury han vuelto a reclamar la atención del público”, añadió. Entre otras cosas, el plan de acción trata de mejorar la preparación de los laboratorios y la compra conjunta de contramedidas médicas, similar a la que ya existe para la adquisición de vacunas.
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