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Agarrada a mis estrógenos

No sin mis ovarios

Anna Magnani, la más.
Anna Magnani, la más.Getty Images

Mujer, más de 40 años, quiero sexo y elijo.

Los estrógenos son las hormonas sexuales femeninas. Las que nos ponen las pilas. Las que también nos hacen explotar y las que echamos de menos en cuanto se van. Las pulsaciones de cada una de nosotras, al menos las mías. Ahora que estoy más cerca de perderlas, y ya las echo de menos, aspiro a cualquier sustitutivo, legal o ilegal, que supla su carencia. Me niego a perder ni una sola de las ventajas de haber aprendido a disfrutar con ellos. Lo que ha costado que nos queramos a nosotras mismas, que tratemos de entendernos en vez de sacrificarnos. Inventamos la sororidad porque nadie nos enseñó a protegernos y esa tela de araña que hemos tejido nos ampara unidas. Me crie bajo el sacro manto del miedo al qué dirán, me rebelé a que mi intimidad pudiera ser objeto de debate. Todo este feminismo hace que nos replanteemos los modelos sociales, políticos y hasta sexuales bajo los que nos adoctrinaron. Solo por eso merece la pena.

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Últimamente critican que me haga la terapia con lo que escribo. Da igual el soporte en el que llegue a ustedes; hay quien pretende incluso que lo impida. Un saludo a los que han mencionado de mi Diario Vivo que hice terapia y que terminé llorando. Un saludo a todos los testosterónicos que siguen con los mismos discursos que sus padres. Veo que siguen pretendiendo que contenga mis emociones hasta cuando les cuente mi vida. El autocontrol ha sido una de las premisas de la feminidad en la que nos criaron. Niña, no seas exagerada. Niña, no llores en público. Niña, qué melodramática eres. Llevo desde los 15 años escuchando todas las suposiciones del ciclo menstrual en el que pudiera encontrarme; a veces hasta acertaban, nos ha jodido.

Con la llegada del Consejo de ministras a nuestros juramentos patrios cada vez me aferro más a mis estrógenos, blandiéndolos orgullosa. Qué bueno ha sido que empezáramos a exigir que primero nos incluyeran, que después nos propusieran y que finalmente elijamos con quién quedarnos. La sexualidad femenina se ha invisibilizado por sistema, por costumbre y por doctrina, pero todo este feminismo está reventando esos parámetros. Cuando me llegó el libro de Anna Freixa de Sin reglas, yo andaba terminando Oculto sendero, de Rosa María Castaños, a la que no tendrán la suerte de (re)conocer si no es por su seudónimo más famoso, el de Elena Fortún. Siendo Encarnación Aragoneses a la pobre no la dejaron ser quien era. Ni amar como ella amaba. Desde el más profundo desprecio hacia su propia orientación sexual, la escritora hila lentamente su biografía. Anna Freixas sanó todo el escozor y dolor que me provocó un sendero tan oculto como el de la mamá de mi tocaya. Aunque se supone que aún no he llegado a mi fase menopáusica (hoy por hoy menstrúo), me alivió pensar que las viejas ya pasean por sexualidades propias y ajenas: "Si las viejas somos más felices, libres y divertidas, las jóvenes podrán mirarse en nosotras."Yo quiero imitar a estas viejas. Yo quiero ser una mujer desgarradora cuando encarte, tan fuerte como necesite. Llevo décadas escapándome de todos los modelos femeninos que me mostraban al no poder quitarme nunca ni los kilos de más ni poder pagar las cremas que evitan que se te caiga la cara.

No sé cómo van a llevar algunos que en el Ejecutivo haya tanta menstruante, lo mismo ahora no queda otra que debatir en el Congreso lo de bajar el impuesto de los productos higiénicos. El flamante presidente se comprometió en 2016 a planteárselo cuando sacamos esta campaña en Change.org. Iré a la tribuna de público a blandir mis tampones como testigo de semejante acto con tal de ver la cara de aquellos diputados que tienen la desfachatez de decir que no bajan ese IVA porque no ven necesaria la contención de mis hemorragias. Feminizar la vida pasa por normalizar mis reglas. Y en estas reglas entran también las que manchan. 

No fui yo quien definió lo de agarrada a mis estrógenos. Siento haber perdido el dato de la magnífica mujer que me lo enseñó. Pero nunca me he sentido tan identificada con una definición para describir las ganas que tengo de sexo, eligiendo con quién, atreviéndome a pasearlo sin que me juzguen todos esos que callan. Asumo que esos estrógenos poco a poco se escaparán de mi cuerpo, pero jamás huirán de mis entrañas.

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