El nuevo gobierno
Antiguos compañeros de televisión se hacen ministros. Los gobiernos se parecen a los 'realities' y los 'realities' se convierten en series.
En el momento que se anunció la composición del nuevo Gobierno, mi móvil colapsó debido a la histérica cantidad de mensajes y memes diciendo: "Màxim Huerta, ministro de Cultura y Boris Izaguirre, de Festejos". Ya lo dijo hace días Antonio Caño: "Todos somos presa en estos tiempo de un clima emocional que lo distorsiona todo". Al principio me dio risa hasta que luego pensé que esa no era manera de darle la enhorabuena al señor Huerta. "Cualquiera puede ser ministro de Cultura", escuché decir en el andén de la estación de tren de León. "Imagínense, Pedro Duque, Màxim Huerta y Marlaska", dijo otro viajero, "eso mas que un gobierno parece Masterchef Celebrity". Y todos lo celebraron con una carcajada.
Sí, las noticias reflejan en exceso el clima emocional de mi realidad. Antiguos compañeros de televisión se hacen ministros. Los gobiernos se parecen a los realities y los realities se convierten en series. Mientras me afeitaba con el cacareo de la radio al fondo, llegué a la conclusión de que Màxim Huerta debe saber mucho de política porque su primer trabajo en televisión fue dar noticias acerca de ella y luego, en sus largos años junto a Ana Rosa Quintana, entrevistó y analizó a todos los políticos de diferentes gobiernos y partidos y también a Bibiana Fernández, que es tan fuerte como la oposición que promete hacer el PP. Quizás sea atrevido de mi parte, pero así como a cocinar se aprende escuchando y mirando, creo que con la política sucede lo mismo. Aparte de eso, muchos otros miembros del nuevo gobierno tienen en común que llegan al servicio público a través de sus méritos, como bien lo puntualizó, con una voz más aterciopelada que de costumbre, Pepa Bueno desde la radio de la cocina. Y Màxim tiene buena voz y un as en la manga de su traje nuevo: modificar el impuesto del cruel 21% de IVA con el que el gobierno anterior castigó a la industria cultural.
El nuevo Gobierno nos enfrenta al cambio y se suma a Ana Botín en su declaración de que Europa “tiene que cambiar y tiene que hacerlo rápido”. Pues el cambio ya está aquí. Y ese cambio te da alas y trae novedades. Como el anuncio de que en Miss América se acabó para siempre el desfile en bañador, quizás uno de los resquicios rijosos más anquilosados de occidente. Reconozco que cuando me tocó presentarlo en el certamen de Miss Venezuela sentí bochorno al repetir, candidata tras candidata, sus medidas siempre perfectas y verlas avanzar con coloridas y diminutas fantasías textiles robadas a la natación sincronizada. Después de recitar aquellas medidas, que eran el resultado de la suma del alto rendimiento deportivo y del avance tecnológico, tenías que agregar sus estudios académicos, su currículum como "experta en el estudio del planctón marino" o "experta en comunicación social". Chirriaba y celebro que su final sea producto del movimiento Me Too y en la misma semana que el Tribunal Supremo de ese país exculpa a un pastelero que se negó a hacer una tarta para un matrimonio gay por razones religiosas. Las religiones han estado detrás de muchas guerras, ojalá este sea el comienzo de la batalla definitiva contra el azúcar y la cursilería. Cambiemos el menú de las bodas en los matrimonios gais. En vez de pastel nupcial, recuperar la gelatina, la macedonia o una espuma como alternativas.
Desde que el cambio llegó, rezo por el bolso Loewe de 2.000 euros que Soraya Sáenz de Santamaría usó en su último día como vicepresidenta y que ocupó el escaño del presidente Mariano Rajoy durante su ya mítica ausencia. Temo por que Soraya le coja manía y lo relegue al fondo de un armario. O intente una reventa en los comercios vintage online. Ese bolso tiene que ir al Museo del Congreso después de salir orgulloso de su armario. Comprendí a Soraya porque muchas veces también he guardado un puesto o dos en bodas caraqueñas, que no son con asientos asignados, y al llegar las señoras colocan su bolso en el sitio que territorializan. Por eso la imagen de Soraya al lado de su bolso me enterneció, porque la reconocí provinciana como yo. En el fondo es una tradición que necesitaba un cambio. Pero Soraya, mi amor, no la pagues con ese bolso, porque vendrá de perlas para cruzar cualquier puerta giratoria o para dar una entrevista pícara y divertida cuando todo esto vuelva a cambiar.
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