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Tribuna
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Un manchego centroeuropeo

Europa, los jóvenes y la formación eran las principales preocupaciones de Manuel Marín

Manuel Marín, en Madrid en 2011.
Manuel Marín, en Madrid en 2011.Álvaro García (EL PAÍS)

Los manchegos somos universales y cada uno lo somos a nuestra manera, como las familias de Ana Karenina. Carlos Fuentes, “un manchego de México”, dejó escrito que todos los que hablamos el español somos habitantes del territorio de La Mancha.

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Pues bien, Manuel Marín era un manchego centroeuropeo, de Mitteleuropa para ser más exacto. Cosmopolita, culto, políglota, irónico y, según sus propias palabras, “extraordinariamente amigo de sus amigos, con una cierta capacidad de trabajo y respetuoso siempre con las personas” —y con las instituciones democráticas, añadiría—.

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Socialdemócrata de convicción fue un político alérgico a la demagogia, muy alejado de lo que es un populista, que se tomaba muy en serio sus obligaciones y por eso cuando hablaba lo hacía desde un profundo conocimiento basado en el estudio y la reflexión. Por esa razón no le gustaban los cínicos, los que actúan con falsedad o desvergüenza. Creo que no provocaré un conflicto diplomático si revelo que no le tenía mucha simpatía a Boris Johnson, a quien conocía desde que éste ejercía de corresponsal del Telegraph en Bruselas.

Fue uno de los diputados más jóvenes de las Cortes Constituyentes de 1977. Ahí coincidió con Dolores Ibárruri, Rafael Alberti, Santiago Carrillo, Manuel Fraga, Adolfo Suárez, Felipe González, Alfonso Guerra… y tantos otros. Es difícil entender, y a él le costaba hacerlo, cómo ahora se pretende devaluar uno de los momentos estelares de nuestra historia. Españoles que acababan de salir de las trincheras, o hijos de ellos, se reunieron en ese Congreso para construir un sistema político democrático y avanzado, dejando atrás siglos de luchas fratricidas, abriendo el periodo más largo de paz y progreso de nuestra historia, y hacerlo homologable a cualquier otro país de Europa, esa Europa a la que Manuel Marín iba a dedicar buena parte de sus desvelos.

Su imagen ya ha quedado definitivamente unida a la integración de España a la Unión Europea, a su labor como comisario y vicepresidente de la Comisión. Y entre otras muchas ocupaciones y responsabilidades, su nombre ha quedado ligado a Erasmus, que representa muy bien cuáles eran sus principales preocupaciones: Europa, los jóvenes y la formación. Su apelación a los jóvenes para que se formaran era constante. Vuestros competidores, les decía, no están en vuestro pueblo, en vuestro país, están en China, en India, en cualquier parte del mundo; solo cultivando el talento podremos competir y avanzar. Por esa preocupación mantuvo siempre una estrecha colaboración con la Universidad.

El homenaje a este político es a toda una generación que contribuyó a mejorar España y Europa

Cuando regresó a España, volvió al Congreso. Primero como portavoz de Asuntos Exteriores y luego como presidente. Para conocer su labor como portavoz recomiendo la lectura del Diario de Sesiones; algunas de sus intervenciones, especialmente las que se refieren a la participación de España en la guerra de Irak, tienen una gran altura política e intelectual; encontramos razones y argumentos sacados de la experiencia y del conocimiento. Como presidente sólo diré que es el autor del más serio intento por hacer del Parlamento una cámara viva, dinámica y cercana a las preocupaciones de la sociedad, y hacer de los diputados los protagonistas de la acción parlamentaria. En este empeño, igual que otro manchego ilustre, se enfrentó a gigantes, que no eran molinos pero eran muy grandes también.

Gran conocedor de las relaciones internacionales, con él la conversación podía empezar en el conflicto de los Balcanes, seguir con la evolución política de Ecuador tras la presidencia de Abdalá Bucaram y terminar con un viaje suyo a Zambia. “¡My friend Manuel Marín!”, así contaba que lo recibió Kenneth Kaunda en Lusaka cuando viajó a aquel país, como vicepresidente de la CE, para supervisar un proyecto de cooperación al desarrollo. La profusión de detalles, lo ordenado del relato y el sentido del humor con el que amenizaba la explicación dicen mucho de su personalidad: metódico, riguroso, de profundos y amplios conocimientos que te permitían siempre interpretar los hechos desde ángulos diferentes.

Han sido muchos los servicios que ha prestado a España y a Europa, me temo que insuficientemente reconocidos. Por eso creo que el homenaje que este 11 de junio se le va rendir en la UNED es justo y necesario. Y con él a toda esa generación de políticos españoles que han contribuido a mejorar la vida de los españoles y de los europeos.

Máximo R. Díaz-Cano del Rey es secretario general de la Presidencia de la Junta de Andalucía.

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