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MIRADOR
Columna
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No podéis venir todos

Qué habría sido de Gassama de haberse quedado en el segundo piso antes de que el niño cayese; cuántas alturas hubiera necesitado para ser francés

Mamoudou Gassama tras su encuentro con Macron en el Palacio del Elíseo. En vídeo, imágenes con el presidente francés.Foto: atlas | Vídeo: THIBAULT CAMUS (AFP) / ATLAS
Manuel Jabois

Hace tres años, en una visita de Angela Merkel a una escuela, una niña refugiada pidió el micrófono para decir que le gustaría seguir estudiando: “Es difícil ver que otros pueden disfrutar de sus vidas y tú no puedes disfrutar con ellos”. La niña y su familia tenían una orden de expulsión del país. Merkel le contestó que la entendía pero que la política era dura, que en los campos en el Líbano hay miles de personas y no podían venir todos. La niña se echó a llorar y Merkel se acercó a acariciarla sin cambiar de opinión. Merkel se sometió a sus leyes. Asumió el fracaso humano que supone la política migratoria y en lugar de saltársela y ganarse una ovación, se plegó a ella y obtuvo el abucheo.

Mamadou Gassama, un inmigrante maliense, escaló cuatro plantas de un edificio de París para salvar la vida de un niño colgado de un balcón. No fue un superhéroe sino algo más valioso: un hombre que salió de un país en guerra, cruzó otro y sobrevivió a las mafias y al paso del Mediterráneo, convertido en un cementerio de miles de personas. La mejor explicación de la política migratoria europea es que Gassama se delató a sí mismo subiendo ese edificio; la mejor explicación de las leyes de Macron es que el presidente tendría que castigar la acción de Gassama con su expulsión del país.

Macron no fue tan consecuente como Merkel. La alemana no discriminó al resto de refugiados porque desatendió las lágrimas de una niña. El francés premió con la nacionalidad y un puesto de trabajo al héroe maliense. Merkel cumplió la ley y supo el coste humano que tiene hacerlo, Macron aprendió que desobedecer ciertas leyes no solo no debería ser delito sino un imperativo moral. Los dos supieron a qué lleva la política cuando se baja a la calle: una cosa es ordenar la expulsión de inmigrantes sin papeles y otra tener que expulsarlos tras hablar con ellos.

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Para el votante que entiende, como su partido, que en el primer mundo caben los que nacen en él, Gassama es una excepción cuyo caso merece ser revisado; una discriminación dentro de otra. Para ese votante y para esos partidos la integración del inmigrante no pasa porque sea igual que ellos: tiene que ser mejor. Nacer y salvar una vida otorgan los mismos derechos. Lo que no sé es dónde estaría Gassama si el niño hubiera caído; qué habría sido de Gassama de haberse quedado en el segundo o tercer piso. Cuántas alturas se hubieran necesitado para ser francés. Qué dice a eso el reglamento olímpico de inmigración.

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Sobre la firma

Manuel Jabois
Es de Sanxenxo (Pontevedra) y aprendió el oficio de escribir en el periodismo local gracias a Diario de Pontevedra. Ha trabajado en El Mundo y Onda Cero. Colabora a diario en la Cadena Ser. Su última novela es 'Mirafiori' (2023). En EL PAÍS firma reportajes, crónicas, entrevistas y columnas.

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