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MIRADOR
Columna
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Frankenstein

La vigencia del mito creado por Mary Shelley sigue intacta entre nosotros no sólo en su perpetuación literaria y artística sino en lo que tiene de metaforización de la realidad

Julio Llamazares
Colin Clive, como el Dr. Frankenstein, y Dwight Frye, como su asistente Fritz en una escena de la película de 1931 del Frankenstein de Mary Shelley.
Colin Clive, como el Dr. Frankenstein, y Dwight Frye, como su asistente Fritz en una escena de la película de 1931 del Frankenstein de Mary Shelley.GETTYIMAGES

El 11 de marzo de 1818, es decir, este año hace dos siglos, se publicó por primera vez Frankenstein o el moderno Prometeo, la novela que Mary Shelley escribió en el llamado año sin verano, cuando el hemisferio Norte sufrió un extraño y larguísimo invierno a causa de los efectos de la erupción del volcán indonesio Tambora. Refugiada junto a su marido, el también escritor Percy Bysshe Shelley, en la villa de Lord Byron en Suiza, la romántica Mary Shelley respondió al reto que su anfitrión les lanzó a sus invitados, incluido su médico personal, de escribir cada uno un relato de terror para entretener su obligada reclusión a causa del mal tiempo veraniego, dando para la posteridad una de las novelas más terroríficas del género, a la par que creaba en ella el considerado primer personaje de la ciencia ficción narrativa: ese monstruo hecho a partir de trozos de cadáveres diseccionados en la sala de autopsias por un doctor empeñado en crear vida clínicamente y en realizar el sueño de la inmortalidad.

El subtítulo de la novela de Mary Shelley, que se suele obviar: O el moderno Prometeo, enlaza al personaje de la ciencia ficción moderna con el mito de la dramaturgia clásica, ese Prometeo de Esquilo inspirado en el titán que se atrevió a desafiar el poder de los dioses creando vida a partir de la arcilla. Como él, el doctor Frankenstein lleva su sueño a la perversión y, como el titán castigado por su osadía por los dioses, sufre las consecuencias de su ambición, si bien el personaje de Mary Shelley lo será por su propia creación, ese monstruo patético e incontrolable que se revuelve contra su creador negándose a obedecerlo y atentando finalmente contra él. Toda una alegoría de la ambición de poder y el castigo que lleva implícito cuando en su consecución se traspasan todos los límites éticos a respetar.

El segundo centenario de Frankenstein está pasando bastante desapercibido, en España al menos, pero la vigencia del mito creado por Mary Shelley sigue intacta entre nosotros no solo en su perpetuación literaria y artística, sino en lo que tiene de metaforización de la realidad, constantemente interpelada por los grandes mitos literarios en tanto que simbolizan los sueños y las pasiones de esa humanidad errante que repite una y otra vez los mismos aciertos y errores desde sus orígenes por más que cambien de apariencia. Decir que el monstruo de Frankenstein es ciencia ficción equivale a ignorar a todos esos personajes que desde Puigdemont a Trump han escapado al control de sus creadores y amenazan con destruirlos en su ceguera o en su egolatría sin límites, que les impide reconocerse en su condición mortal.

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