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TU LISBOA Y LA MÍA

Las mejores casas de fado para desintoxicarse de Eurovisión

De la tradición de Alfama y la Morería a la modernidad de Príncipe Real

Celeste Rodrigues, con Pedro Castro y André Ramos.
Celeste Rodrigues, con Pedro Castro y André Ramos.M. d. F.

Aunque solo sea por el silencio que exige, los lugares del fado son tan íntimos y discretos como su propia música. Lisboa, que se ufana de ser la ciudad origen del género —patrimonio de la humanidad desde 2011— y de la más grande de sus intérpretes, abre cada noche decenas de casas dedicadas al fado. La dificultad es elegir las buenas entre tanta oferta.

El patio donde nació Amalia Rodrigues.
El patio donde nació Amalia Rodrigues.J. M.

Para entrar en ambiente hay que visitar la humilde casa en donde nació Amalia Rodrigues y después entrar en su casa-museo, donde murió de un ataque al corazón. Allí resisten su papagayo Xico, duro de oído, pues nunca aprendió a cantar, y su fiel secretaria Estrela Carvas, que enseña la casa tal y como estaba el día en que murió la más grande: la cama, el piano para los músicos, las fotos de famosos, el comedor, donde recibía de Mitterrand a Eusebio y, sobre todo, al dueño de la banca Espírito Santo; y sus zapatos. “Amalia decía que podía dar todo, de hecho, derrochaba el dinero, las joyas, los vestidos, hasta el marido, bromeaba, pero que nunca regalaría sus zapatos”, cuenta Carvas, que convivió casi 40 años con Amalia en esta misma casa.

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Su hermana más joven, Celeste, sigue siendo fadista a los 95 años. Cada noche canta; unos días en Café Luso, en el Bairro Alto, otros en Adega Machado, en el Chiado, y los que restan en Mesa de Frades, en Alfama.

Cinco imprescindibles

Mesa de Frades. La antigua capilla del Palacio vecino es el refugio de los fadistas noctámbulos.

Clube de Fado. Enclavado junto a la catedral, esta casa creada por el guitarrista Mario Pacheco, también guarda entre sus bóvedas de piedra lo mejor de la noche fadista lisboeta.

Adega Machado. Un clásico, creado en 1937, llama la atención su fachada, de Thomaz de Mello.

Maria da Mouraría. Qué mejor que empaparse de fado donde nació Severa, la primera fadista; en el barrio de la Morería, plagado de casas donde vivieron sus mejores intérpretes.

Real Fado. Una iniciativa volante que lleva el fado a tres de los lugares más interesantes de la ciudad: el Pabellón chinés, el Reservatorio Patriarcal y la galería Embaixada.

La calidad y fama de las casas muda también con el tiempo. Ahora, sin duda, Mesa de Frades es la de más prestigio entre lisboetas y los mismos fadistas. Esta antigua capilla, que conserva azulejos del siglo XVII, apenas puede acoger a medio centenar de personas que aspiran a vivir una noche única. Eso dependerá de los fadistas programados por Pedro Castro y, sobre todo, de los que van llegando de madrugada para tomarse una última copa y, de paso, retarse con otros cantantes.

En la otra ladera del castillo, en la Morería, nació Severa, la primera fadista, que pasó de los burdeles a los salones palaciegos, aunque la Iglesia no le perdonó su pasado a la hora de su prematura muerte. En ese barrio, adornado con las fotos de sus grandes intérpretes, realizadas por Camilla Watson, hay que cenar en Maria da Mouraria, la casa donde nació Severa, rehabilitada para dar bien de comer y de escuchar buen fado.

Pero hay otras formas de oírlo en Lisboa. Es el caso de la Asociación de Fado Casto, mitad discoteca, mitad bar, miles de vinilos fadistas llenan las paredes del local. La gente escoge el que le gustaría oír y un pinchadiscos lo programa cuando los cantantes descansan.

La iniciativa Real Fado aprovecha lugares que por sí solos merecen una visita para añadirles el señuelo de música en directo con fadistas de diferentes estilos y generaciones. En el indescriptible Pavilhão Chinés, cuajado de colecciones que el dueño no sabía dónde colocar, cada martes se puede escuchar el fado más tradicional, también en Príncipe Real, en el Reservatorio Patriarcal, el subterráneo que recibía todas las aguas que iban a ser distribuidas por la ciudad, cada viernes hay una fusión de músicas, y los domingos en la galería Embaixada, allí mismo, el atrio neoárabe del XIX acoge cantantes y guitarristas del XXI. Lisboa es pura Fadovisión.

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