El acoso, por su nombre
Hablemos de bullying, llamémoslo así si eso es lo que queremos, pero no lo tratemos como eufemismo
Tienen las palabras su maleta de matices añadidos. Y los hablantes, en general, sospechamos lo que hay dentro de cada maleta. Lo sepamos o no de forma explícita, cuando usamos la palabra acoso estamos especificando que se da una relación deshumanizada del acosador hacia el acosado. Y es así porque la propia palabra acoso lo tiene en su origen. Un verbo como acosar se aplicaba en un principio hablando de los animales que eran blanco de una cacería; y, solo secundariamente, se comenzó a usar para aludir a aquellas personas que eran tratadas como animales.
El primero de los diccionarios de la RAE —de 1726— decía que acosar era lo que se hacía "con los toros en el coso, y con los venados, y otros animales en la caza", pero añadía el texto académico que, metafóricamente, un acosado era también el perseguido "con molestias, trabajos, ahogos, miserias y vexaciones". Es un caso parecido al de otros verbos que han pasado de ser usados con aplicación a animales para extenderse hacia el entorno humano. Así, acorralar primariamente fue "meter y encerrar en algún cercado de tapias, piedras, o ramas los ganados" y en su segunda acepción este valor fue extendido para relatar el penoso cerco que puede sufrir una persona: "estrechar y apretar a uno, aturdiéndole de suerte, que de confuso y medroso no acierta a responder, ni a salir del estrecho y aprieto en que le han puesto". Sin conocer la historia y la etimología de una palabra, los hablantes van adquiriendo, a fuerza de estar expuestos a un uso y a determinadas combinaciones, las evocaciones seculares que tiene una voz de su idioma, sus connotaciones, adheridas pegajosamente a la seriedad objetiva de su denotación.
Carece de esas resonancias la palabra inglesa bullying que en los últimos años ha empezado a usarse en nuestro idioma para aludir al acoso escolar, como vocablo hermano del mobbing o acoso laboral. Los extranjerismos pueden tener otra maleta de matices añadidos para nosotros: a veces los escogemos porque nos suenan más modernos, tal vez (como puede ser el caso aquí) los preferimos porque nos parecen más específicos, concretos o acotados. Ya sabemos que la lengua es libertad y cambio, y que está en las manos (¡o en las voces!) de los hablantes el gusto temporal o duradero por una forma concreta; por eso, es imposible predecir si mobbing o bullying se aclimatarán o no para siempre a la lengua española.
La palabra bullying nos está opacando todo lo negativo que hay en voces españolas con maletas muy cargadas: hostigamiento, agresión, amenaza, maltrato, tortura...
Con todo, los hablantes debemos ser conscientes de qué hacemos cuando usamos una palabra: bullying tiene, en inglés, su maleta de matices (el abuso que ejerce el matón, el fuerte de la clase) , pero en español este anglicismo está desapegado de todo ese amplio sentido histórico que arrastra acoso. Hablar de bullying nos distancia del sentido animal que tiene la palabra vernácula. En una sociedad cada vez más alineada contra los casos de abuso, se está extendiendo de forma paradójica la palabra que, por su carácter aséptico, mejor los oculta. Ocurre igual con una palabra como minijob, que suena mojigata, inofensiva y pueril (como un minigolf), pero que esconde en realidad un empleo precario y mal pagado. La forma bullying como palabra nos está opacando todo lo negativo que hay en voces españolas con maletas muy cargadas: hostigamiento, intimidación, agresión, amenaza, manipulación, maltrato, tortura; acosar como atosigar, fastidiar, perseguir, importunar, agobiar, no dejar en paz... cansar hasta hacer que la víctima se rinda y baje los brazos. Todas esas palabras que parecen incomodarnos se relegan con un anglicismo esterilizado que esconde las connotaciones bajo la alfombra.
Hoy es el Día Internacional contra el Acoso Escolar. Una pelea de patio puede ser simplemente una disputa puntual, pero también puede ser una muestra pública de lo que la víctima de acoso sufre cotidianamente en los resquicios del silencio y la ausencia de vigilancia que puede haber en cualquier centro educativo: una agresión construida desde la sensación de superioridad o supremacía (ideológica, física, racial) que un alumno cualquiera se atribuye para despreciar al otro y animalizarlo.
Hablemos de bullying, llamémoslo así si eso es lo que queremos, pero no lo tratemos como eufemismo. Llenemos su maleta con la misma carga que tiene acosar y seamos conscientes de lo que es: algo sencillamente inadmisible.
Lola Pons Rodríguez es profesora de Historia de la Lengua en la Universidad de Sevilla.
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