Festivales de música: las nuevas semanas de la moda
Las citas musicales se han convertido en un contenedor de tendencias y en una pasarela donde dar promoción al evento
Algo nuevo, algo viejo y algo prestado. Hasta ahora, estos eran los tres preceptos que toda novia tradicional debía seguir. Pero cuidado: dada la antelación con la que algunos asistentes a festivales de música prepararan sus looks, podría decirse que estos eventos son las nuevas bodas. Meses de entrenamiento se advierten detrás de los estilismos más sofisticados, aparentemente descuidados, hiper producidos o extravagantes del público de estos eventos.
De la misma manera que la moda convencional ha generado las colecciones crucero que ilustran el entretiempo y las colecciones cápsula para las que se genera un número limitado de looks, que solo se pueden adquirir durante un tiempo concreto, los festivales de música se han convertido en una suerte de pasarelas donde el denominador común es no dejar nada a la imaginación. Todo vale con tal de dar promoción al evento, a uno mismo y publicitar a las marcas patrocinadoras traspasando las fronteras de lo puramente musical.
Coachella, el festival celebrado en California, se ha vuelto a alzar como la pasarela infalible de artistas, modelos, influencers y demás público que aspira a sus 15 minutos de fama fashion. Prueba de ello son las variopintas galerías de fotos con las que las revistas de moda pueblan el reino digital para ganar la batalla de las audiencias: esa lucha cuya recompensa es la rentabilidad de contenidos, la popularidad en redes sociales y la difusión de los blogueros como hombres y mujeres anuncio vendidos al mejor postor.
Este 2018 ha sido el año en el que Beyoncé pisaba de nuevo el escenario del festival californiano, y con su regreso marcaba un antes y un después al ser la primera mujer afroamericana cabeza de cartel de esta cita musical, que ya se ha convertido en todo un acontecimiento social, a la altura de los Oscars o la Superbowl. La cantante generaba de nuevo su efecto imán gracias a sus estilismos, que la prensa especializada ha denominado Beychella, –y que pueden adquirirse en una tienda efímera on line–. Con ellos emuló a una majorette en su versión más glamurosa, gracias a una sudadera de estilo universitario combinada con unas botas plateadas de caña alta con flecos. También hizo su personal tributo a la diosa egipcia Isis con un look firmado por Olivier Rousteing para Balmain. Y dio rienda suelta a su versión más guerrillera y cabaretera gracias al body asimétrico con estampado de camuflaje y minifalda de lentejuelas que vistió en su actuación con sus ex compañeras de Destiny’s Child: Kelly Rowland y Michelle Williams.
Bajo el paraguas de Coachella, celebridades de la vieja escuela presentan sus credenciales a la moda. Para Daniel García, director de moda de ICON, con este festival “entramos de nuevo en el bucle de estilo hippie sexy limpio y con vaqueros cortados, que podría darnos un descanso”. Bajo estas premisas, año tras año, militan ángeles de Victoria’s Secret como Alessandra Ambrossio pero, en cada nueva edición, se ven obligadas a compartir protagonismo con las nuevas tendencias. Influencers de nueva y consolidada hornada, como Hailey Baldwin o Kendall Jenner, han hecho lo propio con la laureada vuelta de los 90. En la que el atuendo deportivo se sazona con shorts y cocoon jeans, gafas de sol minimalistas, deportivas, bisutería dorada, riñoneras, maquillaje en tonos melocotón y trenzas o moños al más puro estilo de Gwen Stefani en No Doubt.
Mientras el sol es el que marca el atuendo en Coachella, en otras citas como la inglesa Glastonbury (que este año no se celebrará) lo hace el barro que se forma con la lluvia. Como consecuencia de ello Kate Moss hizo de las botas Hunter la armadura con la que todo asistente trendy debía pertrechar sus pies para no escatimar en disfrute de la música y del lugar. Porque, como decía Cecil Beaton: “la moda es una historia en series que no termina nunca”
En España, un género un estilo
En España el clima mediterráneo a veces se vuelve tan esquizofrénico en la época festivalera que escoger prendas consecuentes con el evento y el tiempo tiene casi la misma dificultad que resolver un cubo de Rubik con los ojos cerrados. Por suerte, siempre se puede recurrir al jet lag look, acuñado en los aeropuertos que aglutina las cuatro estaciones y se erige como el comodín perfecto para salir del atolladero. A pesar de esto, no todo vale y cada evento tiene sus peculiaridades. "Aquí lo más normal es adaptar el estilismo al género músical del festival", asegura Katy Lema, autora del Festibook . Esto se debe a que, por lo general, no existe un discurso estilístico propio. Y aunque hay buenas ideas estas no destacan lo suficiente, y cuando se detecta un buen look suele ser una copia de algo que ya ha funcionado en el pasado.
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