La belleza
Balthus era culpable de sus obsesiones. Y era capaz de crear con ellas una belleza que no quiero que me arrebaten
Balthus, Derain, Giacometti. Los tres enormes artistas encerrados en una magnífica exposición en el local de Mapfre en el paseo de Recoletos.
Paco Calvo Serraller, que es con quien hay que ir a las exposiciones, no estaba disponible, así que tuve que ir con un antropólogo, que se brindó a empujar mi silla de ruedas, y a comentar, desde su punto de vista, el contenido de la exposición. Resulta que da lo mismo el punto de vista, porque desde cualquiera que se tome, lo que se ve allí, entre las ochocientas paredes de la sala, es una catarata de manifestaciones de la belleza.
Eran tres tipos que atesoraban, cada uno, un dominio de la técnica apabullante, tanto que resulta delicioso ver las copias de Piero della Francesca o Brueghel que se exponen.
A mitad de recorrido, un chispazo: un curso de un colegio mixto atiende las explicaciones de la profesora de Arte. Contra lo que cabría esperar en un caso así, los chicos y chicas, que deben rondar los catorce o quince años, no hacen tumulto, no levantan la voz ni sueltan chistes fáciles cuando la profe da la espalda.
Y es inevitable ceder a la tentación y esperar a que el grupo llegue hasta los cuadros en que Balthus se dedica a contarnos su forma de ver a las niñas de diez años.
Hay alguna discusión sobre el asunto. Y hay muchos defensores de Balthus, que aparecen como si el pintor los necesitara. Y todo apunta a que Balthus convivía muy a gusto, en paz, consigo mismo y sus perversiones. Quizás una buena prueba de ello son las fotos que demuestran que tenía una risa franca mientras compartía copas de vino con sus amigos, los otros pintores. Allá Balthus con los morlacos que tuvo que torear en vida, porque de lo que no hay ninguna prueba —que yo sepa— es de que abusara de ningún menor.
Mientras seguimos discutiendo sobre la pertinencia de que las guitarras de Balthus cuelguen de las paredes de museos como el MoMA, o de que se vendan en librerías libros como Lolita de Nabokov, una saludable chavalería de pantalones grises y falda de tablas ve con una inmensa naturalidad los cuadros del artista suizo.
Yo creo que sería muy bueno para todos que una encuesta nos mostrara qué piensan ellos. Porque, casi siempre, las decisiones sobre asuntos así las toman personas que actúan en nombre de otras. ¿Por qué?
Balthus era culpable de sus obsesiones. Y era capaz de crear con ellas una belleza que no quiero que me arrebaten.
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