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CLAVES
Columna
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Sonámbulos

En la superioridad moral de la democracia está la única fuerza que tenemos frente al resto del mundo

Máriam M-Bascuñán
El presidente francés, Emmanuel Macron, ayer en el Elíseo.
El presidente francés, Emmanuel Macron, ayer en el Elíseo.Aurelien Meunier (Getty Images)

Sigo rumiando el discurso de Macron en el Parlamento Europero: “No quiero pertenecer a una generación de sonámbulos que ha olvidado su pasado”. El lamento nos retrotrae a Suite francesa, de Némirovsky, cuando su protagonista exclama: “¡No se debería sacrificar así al individuo!”. Porque el problema de su tiempo, el periodo de entreguerras, se dirimió en esa disyuntiva: individuo o comunidad. Por eso el oficial alemán del que se ha enamorado contesta que la guerra es “la obra común por excelencia”. Tejida con “espíritu de colmena”, en la guerra nos sacrificamos por leyes o caprichos que ignoramos, subordinados a la difusa idea de un “pueblo”.

Se necesita olfato político para leer el campo de batalla donde vas a declarar la guerra. Eso fue lo que buscaba Macron al poner en valor el fruto de conquistas históricas del que ahora disfrutamos. El président no es perfecto, y tarde o temprano deberá reconocer que el conflicto también se decidirá en el terreno de la igualdad, pero este aspirante a Júpiter lee el mundo como parece que lo contemplan ya los ciudadanos, sin el faro de las ideologías. Por eso habló de interpretar el tiempo de la ira y de la traición de los clérigos. Hacia dentro, en Francia, supo ver que el marco de disputa era Europa, y la defendió frente a los nuevos mesías: los impecables y los implacables. Hacia fuera, en Europa, sabe que es la democracia lo que está en juego, el único modelo que emancipa y protege al individuo. Y está bien recordarlo: es un sistema pensado para desarrollar individuos, no pueblos.

¿Cuántos políticos europeos hacen una defensa tan vibrante de la democracia como corazón de la identidad europea? La mayoría simplemente la dan por supuesta, pero el debate de nuestro tiempo habita un espacio donde los nuevos autócratas convierten la democracia en una vulnerabilidad estratégica, una simple excusa para legitimar sus atropellos. Por eso, frente al autoritarismo democrático hemos de oponer la autoridad de la democracia, porque en su superioridad moral está la única fuerza que tenemos frente al resto del mundo. Es curioso, pues el outsider Macron encarna en realidad la defensa del sistema: nuestras democracias, o lo que Blom llamaba esta “joven y rara excepción histórica”. @MariamMartinezB

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