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MIRADOR
Columna
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Rey de corazones

Parece que ni la sensibilidad, ni la compasión tuvieran cabida en el mandato de Trump

El presidente Donald Trump con el conejito de Pascua en el balcón de Truman de la Casa Blanca en Washington.
El presidente Donald Trump con el conejito de Pascua en el balcón de Truman de la Casa Blanca en Washington.CAROLYN KASTER / AP

A golpe de tuit Trump construye su discurso político. Son pocas palabras en ese espacio que ya permite 280 caracteres. Ser el presidente de un país de más de 325 millones de habitantes no le quita el sueño. Ha gobernado sus finanzas a golpe de impulsos parecidos. Ahora es el gran jefe de un territorio inmenso, y lo cultiva con la frialdad de unos dedos que rompen con los protocolos de toda ecuanimidad.

Trump es una montaña rusa de emociones, no tiene constancia en el ánimo, no quiere ser recordado como el presidente más humano. Ve la posible humanidad hacia los habitantes de sus dominios como una flaqueza. Parece que ni la sensibilidad, ni la compasión tuvieran cabida en su mandato. ¿En qué momento del Domingo de Pascua Trump decidió volver al discurso anti-DACA? Lo venía rumiando, le pareció apropiado crucificar a los dreamers, para que quedara claro que la resurrección que celebraban ese día los cristianos no debía darles a ellos ninguna esperanza.

Ese día de Gloria había que ser tajante con aquellos jóvenes que llegaron a Estados Unidos siendo niños y crecieron pensando que pertenecían al país que los educó. Esa medida ejecutiva de Obama de junio de 2012, que los protegía, y que Trump ya se apresuró a suspender en septiembre de 2017, estaba muerta. Lo proclamaba alto y claro en su tuit. Muerta y sin posibilidad de resurrección.

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Luego salió al balcón de la Casa Blanca, le acompañaba el conejo blanco del cuento de Alicia en el País de las Maravillas. Aquel animal gigantesco murmuraba que los que sueñan desde niños con una vida mejor, llegaban tarde. Y Trump, en su esfuerzo por felicitar a todos la famosa Pascua de los huevos decorados escondidos en el jardín, se fue transformando en la Reina de Corazones. Allí estaba, llena de furia ciega sobre todas aquellas Alicias que osaron entrar por la madriguera.

La gran monarca de las sentencias tajantes, de los ciegos impulsos y el mal genio, se mostraba ante su corte de naipes temblorosos. Su corona dorada brillaba con la luz de la mañana, tenía el aspecto sedoso de un tupé de pelo rubio cepillado con mimo. Había cambiado los rosales por un macetero de tulipanes amarillos. Todo tenía la textura de un mal sueño, y se mezclaba con el sinsentido de una época donde la empatía y la compasión quedaron fuera de los grandes discursos. La Reina de Corazones se acomodaba en su trono y volvía a tuitear breves sentencias donde todos perdían la cabeza, se construían murallas y las langostas bailaban.

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