Películas para terminar (de una vez) con el tabú de la homosexualidad 'teen'
En los últimos años, el cine se ha implicado en la desaparición de las barreras todavía existentes y de las actitudes intolerantes
Thor y Kristján viven en un pequeño pueblo de la costa islandesa. Es verano y no tienen nada más que hacer que perder el tiempo. Han empezado a salir con un par de chicas porque a Thor le gusta una de ellas, pero Kristján no está cómodo porque en realidad se siente atraído por su mejor amigo.
Este es el punto de partida de Heartstone. Corazones de piedra, la ópera prima de Guđmundur Guđmundsson, un director que ya había intentado trasmitir en sus anteriores cortometrajes el sentimiento de desorientación juvenil en medio del hermoso pero gélido entorno nórdico. Largas, interminables extensiones de terreno y algunas casas diseminadas conformando comunidades profundamente cerradas cuyos integrantes se comportan de la manera más moralista a la hora de juzgar a los demás, cuando en realidad detrás de sus puertas nos encontramos con historias de alcoholismo, malos tratos, humillaciones, infidelidades y sobre todo mucha incomprensión y soledad.
Como dice el propio director, ser adolescente es suficiente para sentirte como un pez fuera del agua. Pero si encima vives es Islandia puede que la sensación de aislamiento sea sencillamente insoportable. Quizás por esa razón, él mismo fue testigo del suicidio de varios de sus amigos cuando era joven, un tema muy delicado que ha intentado plasmar en su película.
“Deja de ser tan raro y todo te irá bien”, le dice Thor a su amigo Krístjan antes de que este se dé cuenta de que nunca será aceptado tal y como es para su seres más queridos y cercanos.
"El descubrimiento de la verdadera identidad continúa siendo un tema espinoso no solo en algunas sociedades, también en determinados ambientes represivos, ya sean de carácter religioso o clasista"
Heartstone. Corazones de piedra explora con muchísima delicadeza el proceso de aprendizaje y madurez al que se someten los dos personajes en cuestiones sentimentales mientras asistimos a un paulatino oscurecimiento de la atmósfera en la que se integran. Aunque estemos en medio de la naturaleza más pura, tanto Thor como Krístjan, poco a poco se irán contaminando de inseguridades, dolor y miedo al rechazo. Una hostilidad ambiental que también estaba presente en otra de las películas teen de referencia de los años noventa, Fucking Amal (1998), del sueco Lukas Moodysson, en la que las dos protagonistas se enfrentaban a los prejuicios de otra ciudad pequeña nórdica para terminar reivindicando su relación por encima de todo.
El descubrimiento de la verdadera identidad continúa siendo un tema espinoso no solo en algunas sociedades, también en determinados ambientes represivos, ya sean de carácter religioso o clasista. La semilla de la homofobia parece que está dispuesta a germinar en el lugar más inesperado posible. Por eso muchas ficciones se han encargado de retratar el proceso de búsqueda de la sexualidad tanto en el pasado como en el presente para certificar que cada época ha tenido sus dificultades y que todavía queda mucho si se quiere conseguir la integración total del colectivo LGTBI, la desaparición de las barreras todavía existentes y las actitudes intolerantes que perviven en los sectores más reaccionarios.
Sin embargo, han disminuido las películas que tratan el tema desde una óptica marginal, tal y como la abordaron algunos cineastas en los años ochenta, como Gus Van Sant o Gregg Araki. Ahora la reivindicación de los padres del queer cinema ha dado paso a una perspectiva más inclusiva. El espíritu de lucha se ha transformado en una necesidad normalizadora que busca el consenso y la tolerancia. Así lo demuestran películas como La llamada, de los Javis, que utiliza un tono festivo para hablar de la diferencia, o de recientes propuestas, como Princess Cyd en la que la protagonista, de 16 años, acepta de una manera natural su atracción por otra chica. El director Stephen Cone consigue con esta película configurar un retrato contemporáneo de lo que sería una joven libre a la hora de elegir su sexualidad, que ya no se esconde en público cuando tiene que expresar sus sentimientos y que es capaz con su autodeterminación de normalizar desde el principio su condición en su entorno próximo.
Los grandes estudios también comienzan a plantear películas que giran en torno a la homosexualidad adolescente desde una perspectiva mainstream. Es el caso de Con amor, Simon (que se estrenará el 28 de junio), una coming-of-age en la que los personajes gays salen del entorno restrictivo del indie para abrirse definitivamente al público juvenil de multisala. Esto no deja de resultar sintomático, sobre todo si tenemos en cuenta que hasta el momento las comedias románticas adolescentes estaban contadas desde el punto de vista de jóvenes heterosexuales y los personajes gays se relegaban a un papel secundario. No importaba que estuvieran tratados con tanta complejidad y respeto como el que interpretaba Ezra Miller en Las ventajas de ser un marginado (2012), porque la realidad es que al final no dejaba de ajustarse al tópico de “el mejor amigo gay”.
Sin embargo, parece que el éxito de Moonlight haya propiciado que se cuenten más historias desde una perspectiva queer. Así, los personajes gays que se encuentran explorando su sexualidad, por fin pueden ser dueños de su propio relato, como ha ocurrido este año con Call Me By Your Name, contada desde la mirada ansiosa y contradictoria de un joven de 17 años. No se trata de un relato oscuro, como el anterior, sino bien luminoso, como si las historias necesitaran separarse de los clichés del tremendismo.
La cosa se complica un poco más cuando se rebaja la edad y nos introducimos en el terreno infantil. Muchos niños comienzan a descubrir su sexualidad desde una edad muy temprana y se hacen muchas preguntas sobre sí mismos. Algunas películas, como Mi vida en rosa (1997) del belga Alain Berliner o Pelo malo (2013), de la venezolana Mariana Rondón, abordaban el relato transgénero a partir niños de 9 ó 10 años que se encuentran en un estadio intermedio. Pero sin duda la cineasta que mejor ha sabido explorar ese tránsito de identidad infantil en construcción ha sido la francesa Céline Sciamma en la película Tomboy (2011).
En ella, la pequeña Laure, al cambiar sus padres de residencia, se presentará ante sus nuevos amigos como Michael. Así, la mentira que proyecta ante los demás, terminará convirtiéndose en una verdad de lo más auténtica. Resulta especialmente delicada la forma en la que la cámara se acerca a esa niña a la que nunca llegamos a percibir como tal gracias al poder revelador del objetivo que se encarga de retratar al personaje en toda su dimensión, sin ningún tipo de trampa. En cualquier caso, Sciamma ya había debutado con otra poderosa obra de temática queer como era Lirios de agua (2007), en la que dos chicas de 15 años se enfrentaban a su despertar sexual mientras en esta ocasión la mirada se posaba en el cuerpo como foco de atención a la hora de generar tanto odio como fascinación.
También encontramos películas un poco más convencionales pero efectivas, a las que solo se les puede reprochar un discurso programático demasiado subrayado. Es el caso de 3 generaciones (2015), en la que una adolescente, Ramona, reconvertida en Ray, interpretada por Elle Fanning, debe contar con la aprobación de sus padres para iniciar el cambio de sexo. Por el camino se encontrará con la incomprensión no solo de sus progenitores, sino también de su abuela, una activista lesbiana que quizás por pertenecer a una generación anterior y haber luchado por los derechos de la mujer, no entiende cómo su nieta quiere dejar de serlo.
También hemos asistido a formas mucho más originales de introducir un personaje juvenil transexual en una ficción, como ocurre en La alta sociedad (2016), en la que la actriz transgénero Raph interpretaba a un chico que se viste de chica causando la confusión en un joven marisquero (caníbal), del que se enamoraba.
"Comienzan a proliferar ficciones en las que los personajes LGTBI se liberan de muchas ataduras, entre ellas los traumas en torno a la diferencia, pasando a formar parte activa de la narración"
Pero no siempre el despertar sexual se convierte en un camino de rosas. Películas como Pariah (2011), de Dee Rees, retratan las complicaciones a las que tenía de hacer frente una menor de edad en el Bronx en medio de una atmósfera autoritaria y opresiva. En Beach Rats (2017), de la directora indie Eliza Hittman, un joven se debate confuso ante su identidad sexual y se sumerge en un doble juego peligroso y lleno de zonas oscuras: mantener las apariencias ante su pandilla de amigos y encontrarse furtivamente con hombres con los que chatea por Internet para mantener sexo con ellos.
Continúa habiendo películas como Hearstone. Corazones de piedra, que retratan el descubrimiento de la sexualidad como un auténtico calvario, porque todavía son necesarias a la hora de retratar realidades terribles que siguen sucediendo a nuestro alrededor, sin embargo, también comienzan a proliferar ficciones en las que los personajes LGTBI se liberan de muchas ataduras, entre ellas los traumas en torno a la diferencia, pasando a formar parte activa de la narración, con los mismos problemas que tiene cualquier adolescente, de inadaptación, de vacío emocional, de frustración y de rabia. Como dice el personaje de Elle Fanning en 3 generaciones: “Lo único que he querido siempre, es normalidad”.
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