La ruptura no es gratis
La mágica recuperación de la soberanía nacional perdida es un fiasco


La Unión Europea (UE) y el Reino Unido acaban de acordar los principales términos de la separación británica e ideas del marco para la futura relación bilateral.
¿Es un acuerdo entre iguales? Ni podía serlo, por la fuerza de la gravedad: la UE sextuplica el tamaño de la economía isleña. Ni lo es, porque los europeos han impuesto todas sus condiciones y a los brits no les quedó otra que pasar a desgana bajo sus horcas caudinas.
El trágala es de antología. Europa les concede 21 meses de prórroga (periodo de transición, hasta fin de 2020) de su pertenencia al club, menos de lo que deseaban. En el ínterin, seguirán contribuyendo al presupuesto común, seguirán cumpliendo las normas comunitarias, seguirán obedeciendo al Tribunal de Justicia de Luxemburgo, seguirán sin poder aplicar tratados comerciales alternativos, seguirán asumiendo sin topes la inmigración continental con iguales derechos que hoy...
En todos y cada uno de esos asuntos, Londres sale derrotada.
La derrota más devastadora es la de las presunciones, propagandas y falsas verdades eternas que sustentaban el argumentario del Gobierno brexitario de SM.
La ruptura no era una operación automática y sencilla, sino ardua, larga y pesada. La prórroga concedida es exigente: no prevé (aunque siempre sea posible) ningún aplazamiento.
Tampoco es gratis: pagarán una factura de unos 50.000 millones de euros. Eso sí, en cómodos plazos; amargos para quienes berreaban que Europa les robaba.
La mágica recuperación de la soberanía nacional perdida es un fiasco. Sucede exactamente lo contrario, el Estado británico se arriesga a un desgaje, de golpe o por fascículos, del Úlster, la Irlanda norteña. Como es imposible montar otro muro de Adriano en la línea de demarcación terrestre con el Eire, solo se avizora una mayor vinculación del Norte con la UE. Y con la República de Irlanda. Por no mencionar el grano de Gibraltar.
Los 27 Estados miembros permanentes de la UE no eran un tigre de papel cuya unidad podía diluirse tan fácilmente, como pretendió el Foreign Office. A la inversa, han solidificado consensos clave en su pulso con Londres.
¿Quién pagará por tanto error y desvarío?
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