_
_
_
_
_
CLAVES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Transversalidad

Cualquier intento de movilización masiva se enfrenta al mismo dilema: abrirse para incluir al mayor número posible de personas, y mantener una base definida y cohesionada

Manifestación del Día de la Mujer en Bilbao.
Manifestación del Día de la Mujer en Bilbao.Vincent West (REUTERS)

No es nada fácil construir movilizaciones laborales sólidas, transversales y efectivas en un mundo posindustrial. Los sindicatos tradicionales, por ejemplo, lo saben demasiado bien. Y esta es una de las muchas razones que hacen tan valiosa la huelga feminista de ayer: es, precisamente, un ejemplo exitoso de movilización laboral posindustrial.

Cualquier intento de movilización masiva se enfrenta al mismo dilema: mientras debe asegurar la máxima participación, abriendo las fronteras de sus reivindicaciones para incluir al mayor número posible de personas, también necesita mantener una base bien definida y cohesionada. El feminismo, que ha confrontado esta cuestión desde sus orígenes, ha debido hacerlo ahora además en un contexto particularmente complejo.

Complejo, primero, por el contexto laboral y tecnológico. A las profundas divisiones en el ámbito laboral producidas por la precarización de una parte de la fuerza de trabajo, se suma la atomización del trabajo propia de una economía basada en los servicios: subcontratación, especialización, y, en general, fragmentación que separa cada vez más las experiencias y, potencialmente, los intereses de los trabajadores.

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

A esto se suma el habitual catalizador ideológico de las movilizaciones, la izquierda y el progresismo, está considerablemente dividido, hasta el punto de que algunos de los conflictos más encarnizados de los últimos años se han producido en el seno de las izquierdas, y no contra la derecha.

Todo ello hace más difícil el equilibrio entre inclusión y cohesión, pero el 8-M y el movimiento que le rodea ha confrontado este dilema como pocos ejemplos en los últimos años. Los debates siguen, y seguirán, en su interior, pero lo que me resulta más significativo (y algo de lo que otros podrían aprender) es que, aunque discrepen en los medios, las visiones contrapuestas mantienen el mismo objetivo, que es el único que puede sortear los obstáculos del contexto laboral y político: el de la transversalidad. Una que sólo se consigue buscando coincidencias en los intereses, y también en las perspectivas ideológicas. @jorgegalindo

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Jorge Galindo
Es analista colaborador en EL PAÍS, doctor en sociología por la Universidad de Ginebra con un doble master en Políticas Públicas por la Central European University y la Erasmus University de Rotterdam. Es coautor de los libros ‘El muro invisible’ (2017) y ‘La urna rota’ (2014), y forma parte de EsadeEcPol (Esade Center for Economic Policy).

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_