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Mulatu Astatke: el tesoro nacional de Etiopía

Inventor de un estilo deslumbrante, el ‘ethiojazz’, que devuelve el jazz a su origen africano, es también sabio y humilde

Mulatu Astatke, posando en exclusiva para ICON con el porte aristocrático que le caracteriza.
Mulatu Astatke, posando en exclusiva para ICON con el porte aristocrático que le caracteriza.Iñigo de Amescua

Mulatu Astatke habla bajito y camina despacio, con las manos en la espalda y mirando en todas direcciones. Es pequeño y de porte distinguido, como de viejo diplomático. Pregunta mucho y cuando le cuentan que hace meses que no quedan entradas para su concierto en el Festival de Jazz de Madrid (el músico actuó el noviembre pasado) se sorprende. Tanto como cuando ve su nombre al lado del de estrellas como Chick Corea en las banderolas promocionales del festival.

Quizás esa modestia sea la consecuencia de que a este multiinstrumentista etíope de 75 años la fama internacional le llegara tarde y sin esperarlo. Fue en 2005, entrado ya en los 60, y gracias a la inclusión de un puñado de sus temas en la banda sonora de la película de Jim Jarmusch Flores rotas. “Yo no sabía quién era Jim, pero vino a uno de mis conciertos, se pasó por el camerino y me dijo cuánto le había gustado y que quería usar mi música. Le estoy muy agradecido: mucha gente llegó a mí a través de la película”, recuerda.

El sonido que fascinó a Jarmusch, y después a medio mundo, es el ethiojazz, creado entre 1966 y 1974 por Mulatu como una amalgama de vibráfonos, pianos, contrabajos, flautas y percusión. Estructuras etíopes con instrumentos occidentales. “Etiopía es un país culturalmente muy rico, hay más de 80 idiomas distintos. Musicalmente, también, pero nuestra escala es muy complicada de fusionar con la occidental. En ese encuentro consiste el ethiojazz. Pero lo importante es hacerlo de una manera que respete la belleza y la pureza de la música etíope”.

La Etiopía de Astatke desafía lo que la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie llamó “la historia única”, la visión apocalíptica de África. Astatke no niega los avatares de su país (“en el tercer mundo tenemos un problema enorme con la educación, y mientras no subsanemos eso, no hay solución”), pero describe una nación llena de cultura, vida y creatividad. Y un país antiguo y orgulloso, el único del continente que no cayó en manos europeas salvo el breve periodo de la dominación italiana, entre 1936 y 1941.

"En los setenta, Adís Abeba estaba llena de jóvenes, de músicos y de clubes. Pero de repente llegó el silencio. Los comunistas no apreciaban mucho el jazz. Ellos eran más de marchas militares y banderas al viento"

Astatke nació en una familia acomodada de Jimma, al oeste de su país, en 1943, dos años después de que el emperador Haile Selassie, en el poder desde 1930 hasta 1974, volviera de su exilio. Es un periodo de euforia y desarrollo y sus padres tienen grandes planes para el joven Mulatu. “Me enviaron a Gales a estudiar el instituto porque quería ser ingeniero aeronáutico. Pero allí descubrí mi vocación. Empecé a tocar el clarinete y uno de los profesores me dijo que debería dedicarme a la música. Eso me causó muchos problemas familiares. No estaba bien visto”.

Empieza así el periplo del aspirante a músico que le lleva a Londres y después a Boston, donde es el primer africano que se matricula en la Berklee College of Music. “Descubrí que había otros africanos, como Fela Kuti o Hugh Masekela, intentando renovar el sonido de sus países. Pero yo me encontraba con una tradición distinta”.

Y tan distinta. En Etiopía no entraron instrumentos occidentales hasta la década de 1920, cuando a Selassie, en la primera parada de un viaje diplomático, le recibió en Jerusalén una banda militar. “Pensó: ‘¿Por qué no lo tenemos aquí también?’. En Etiopía vivían algunos armenios que conocían la música europea. Les ordenó traer instrumentos europeos y enseñar a tocarlos. Así es como comienza el movimiento de la música moderna”, explica Astatke.

A finales de los sesenta, cuando Mulatu vuelve a su país desde Boston, Adís Abeba tiene una vibrante escena nocturna. Clubes, músicos, emisoras de radio, que se convierten en cantera, hasta el golpe de estado militar de 1974. “En los setenta la ciudad estaba llena de jóvenes, de músicos y de clubes ¡Era tan variado! Fue un gran momento, pero de repente llegó el silencio. Se implantó el toque de queda a las diez de la noche. Los comunistas no apreciaban mucho el jazz: ellos eran más de marchas militares y banderas al viento. Actualmente la ciudad vuelve a renacer. Hay mucha juventud. Una nueva vida”.

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